miércoles, 20 de diciembre de 2017

Manual de supervivencia para mesas navideñas

   Cuando termine esta semana, casi todos ustedes se habrán sentado en una mesa navideña, rodeados de parientes y/o amigos. Digo "casi" porque salvo si son replicantes venidos de otro planeta, soldados destinados en Afganistán,  o pertenecen a ese género humano (humano?) que asegura que pasa de la Navidad, de la gente, de su familia y que no tiene miedo a morir solo; salvo estos casos, digo, todos nos vamos a sentar en una mesa a celebrar la Navidad y sus circunstancias. 

    En esas mesas donde se sirven una y otra vez langostinos congelados bajo la promesa de "vais a ver, me ha dicho el pescadero que los de este año son buenísimos"; donde hay un cuñado que cuenta chistes de catalanes, un adolescente que por no soltar el teléfono es capaz de desencadenar la Tercera Guerra Mundial en forma de refriega familiar y una abuela sorda, o una tía con Alzheimer, o una sabia combinación de todos esos elementos. Contado así, casi que dan ganas de marcharse a Afganistán, pero no, estaremos casi todos (vuelvo a insistir en el "casi") sentados en la mesa porque a los humanos normales, la repetición de las tradiciones, por mucho que las odiemos, nos da una sola certidumbre pero muy necesaria: la de que estamos vivos un año más; y accesoriamente la de que alguien, aunque nos invite a langostinos congelados, nos quiere. Y por cierto, a esos pescaderos españoles que venden en estos días cajas y cajas de langostinos ecuatorianos congelados  bajo la promesa de "los de este año son buenísimos, ya verá usted" yo les llevaría directamente ante la corte penal internacional de La Haya.

   Pero la necesidad de cariño que nos empuja a todos a la mesa navideña no debe estar reñida con ciertas reglas de supervivencia para afrontarla. La primera, por supuesto,  es no hablar de política, y este año, con los vecinos del nordeste, dando guerra como ello saben, va a ser complicado. Yo propondría limitar las bromas y chanzas a Puigdemont, que al fin y al cabo ha conseguido poner a todo un país (e incluso a varios otros países) de acuerdo en que es un fantoche. Si Puigdemont se convierte en un tema espinoso, siempre nos queda Donald Trump, que da mucho juego y nos queda ms lejano.  La segunda, relajar la etiqueta y hacerse a la idea que las familias del siglo XXI tienen miembros no sólo de todo credo y condición, sino de muchos y variados países. Y si al novio australiano de la hija le da por echar mano al muslo de pavo, y se niega a probar el turrón porque le parece argamasa, pelillos a la mar. La variedad nos enriquece a todos, incluso sobre el mantel y a la hora de manejar la pala del pescado que, por lo que sé, el saber usarla no le ha procurado a nadie un master en Harvard ni una oposición de notario. . 

   Relajémonos, sobre todo antes de acudir a la llamada de la mesa navideña. En Castilla tenemos la sana costumbre del "café torero", no me pregunten por qué se llama así. Consiste en quedar con tus amigos del alma el día de Nochebuena a mediodía (visto que luego cada uno se va con su familia) y ponerte ciegoa cañas y pinchos que terminan al las ocho de la tarde cuando todos nos tenemos que ir a poner la mesa. Tiene un efecto terapeutico infalible y les aseguro que uno llega a la mesa de los parientes con mejor ánimo, y más predispuesto a tolerar todo lo que nos molesta. Ojo! No hay que sobrepasar ese punto delicado en el que la alegría del alcohol da paso a las lágrimas u otras secreciones menos agradables. Habrá quien para relajarse antes de una cena familiar necesite dos horas de yoga o correr una maratón, yo he probado el café torero con mis amigos y últimamente ya hasta con sus hijos y los míos y les aseguro que funciona. Ya me dirán.

   Ayuda mucho el repetirse como un mantra que, al fin y al cabo, son dos o tres veces al año y que no está tan mal que de vez en cuando obliguemos a esta nuestra voluntad moderna consistente en darse gusto y hacer permanentemente lo que te pide el cuerpo ( yo aún no he encontrado ese Karma y a este paso envejeceré sin encontrarlo) a hacer algo que va en contra del "haga usted lo que le de la gana" que tanto recetan los psicoterapeutas. La voluntad antigua de nuestros mayores les decía precisamente que eso no era posible y el siglo XX se construyó, precisamente, a fuerza de grandes personajes que nunca hicieron lo que les dio la gana. Los grandes personajes del siglo XXI aún no han aparecido...

    Y con esta nota filosófica me despido por el momento. Tomen nota. Y disfruten de su mesa navideña. Sólo es una vez al año.

No hay comentarios:

Publicar un comentario