miércoles, 14 de febrero de 2018

Quien lo probó, lo sabe (La chica de ayer, 14)

   El caballero espera pacientemente delante del mostrador de Sephora a que una dependienta se haga cargo de él. Va bien vestido, corbata y camisa impecable, olor a loción de afeitar, peinado hacía atrás,  zapatos lustrados, en absoluto aparenta los casi 75 años que tiene.
- "señorita necesito una sombra de ojos en ocre clarito, y rimmel, y unos polvos y barra de labios que vayan a tono  con la sombra de ojos, ayúdeme, por favor"
  La señorita intenta disimular su extrañeza dada la edad del cliente, que rapidamente aclara "son para mi mujer, que está en una residencia;  se le han acabado las pinturas, y a ella le gusta estar siempre impecable". La dependienta sonríe y ayuda al caballero, al que vamos a llamar Ernesto:
-  "no me de marcas desconocidas, ella siempre usaba Lancôme, lo recuerdo". 

    Ella siempre usaba...Por qué será que cada vez más emplea el pasado para hablar de esa mujer a la que visita cada tarde en una residencia; esa mujer a la que vamos a llamar Carmen, y que es su mujer desde hace 45 años. Esa mujer que no hace tanto le decía "Ernesto jubílate, que a este paso nos pillaremos algo y nos quedaremos sin ver la Patagonia". Porque Carmen quería conocer la Patagonia, y San Petersburgo, y durante muchos años estos dos viajes fueron el plan a ejecutar en cuanto Ernesto se bajase del estrado, donde era  buen orador y aún mejor abogado. "Carmen tengo casos importantes entre manos, clientes que me necesitan". Y Carmen, pacientemente, seguía ocupándose de unos hijos que ya no la necesitaban y dando unas clases particulares de francés que cada vez tenían menos clientes. Y mientras Ernesto se resistía a dejar de ser un abogado brillante, ella poco a poco iba perdiendo brillo, mientras ojeaba sin descanso los folletos de las agencias de viajes. "Ernesto acuérdate que me lo has prometido", repetía una y otra vez mientras Ernesto apuraba a grandes tragos los últimos momentos de su vida laboral.

    A Carmen le corría prisa el viaje no porque los glaciares de la Patagonia se fundieran, sino porque desde hacía un tiempo perdía las llaves de casa, salía a la calle sin saber para donde tirar y lo peor, comenzaba a confundir olores y sabores. Y cuando finalmente, ya bien cumplidos los setenta, Ernesto decidió cerrar su despacho, Carmen comenzó a mezclar las noches con los días, a perder el equilibrio y a mostrar un humor de perros que nunca había tenido. Desde hace tres años, Carmen vive en una residencia que está en un planeta habitado por ella y sobre todo por lo que queda de ella; un lugar ni lejos ni cerca, poblado de sombras chinescas de las personas que un día fueron más  personas de lo que son ahora. 

    Con el paquete de los cosméticos preparado, se apresura a pasar por la floristería de su barrio, donde se hace con una docena de rosas rojas al precio de escándalo que sólo un 14 de febrero pueden alcanzar, y como cada día, está en la puerta de la residencia cinco minutos antes de que empiece la hora de visita. Tendrá que pedirle ayuda a una de las enfermeras para maquillarla, de eso él no sabe. Va a pedir que la vistan para salir porque se la va a llevara a merendar a la cafetería que unos portugueses acaban de abrir a la vuelta de la esquina. Cuando llega a la habitación de Carmen, allí está ella, esperando como siempre a ese señor que viene a verla cada día y al que todos los demás llaman "su marido". Ernesto le alarga las flores y le susurra al oído las mismas palabras que desde hace tres años le repite cada tarde: "lo siento por la Patagonia que te prometí, cariño, pero aquí estaré cada día del resto de tu vida". 
- "Y esas flores?"
- "Hoy es San Valentín" 
- "También me prometiste que jamás celebraríamos esa cursilada" responde Carmen con una mirada a medio camino entre la resignación y la malicia. 

   Y sonríe Ernesto para adentro, diciéndose que en la noche oscura de la demencia, aún, muy de vez en cuando, asoma un rayito de luz y que, señoras y señores, como dijo el poeta, "dar la vida y el alma a un desengaño, esto es amor, quien lo probó, lo sabe".


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