jueves, 1 de febrero de 2018

Jubilarse con júbilo

    Ayer fui a la fiesta de despedida de un colega que se jubilaba. Vaya, no era un colega cualquiera sino mi amigo el madrileño, que tampoco es un madrileño cualquiera sino uno de pura cepa, que no sé si tiene ocho apellidos madrileños, o si se sabe de memoria "La Verbena de la Paloma", pero es madrileño por los cuatro costados familiares y no de esos que son de Madrid pero encuentran que es más exótico decir que tienen dos abuelos vascos y uno manchego, por ejemplo. Para que se hagan ustedes una idea, yo a mi amigo madrileño, a quien quiero y aprecio en cantidades industriales, me lo imagino así: 

   Pero esa es mi imaginación calenturienta, porque mi amigo madrileño es un señor elegantísimo, de aspecto impecable, modales sin tacha, simpatía a raudales y voz de locutor de Telediario de los de antes. Y en esta España plural y cada vez más reivindicativa de lo cateto y de la pequeñez regional, mi amigo es abanderado de la capital,  grande y desmesurada y,  como a él le gusta decir, cruce de culturas ("carrefour de cultures" en el original). Y además, europeo y europeísta hasta los tuétanos, algo en lo que desde mi ser de provincias, también coincido con él.

    Como el siglo XXI se tiene que imponer con todas sus pintorescas costumbres, en mi trabajo cuando alguien se jubila le escribimos comentarios, dedicatorias y buenos deseos en una página web dispuesta a tal fin. Y claro está, estos días previos a la fiesta de despedida, mi amigo ha recolectado un sinfín de comentarios  (siglo XXI obliga, al estar en  una página web los vemos y leemos todos) amables y bienaventurados, como la ocasión se presta. Ahora bien, lo que me ha encantado es ver la unanimidad de todos los que han escrito en una cosa: "lo que nos has hecho reir y qué buenos ratos hemos pasado juntos" o incluso en dos si añadimos otro comentario recurrente: "qué bien has empleado tu buen humor para hacerle frente a las dificultades del trabajo". En un mundo de eternos malhumorados, personas tóxicas, dardos profesionales y gente obsesionada por repartir coces y pisotones, la mejor manera de perdurar en el recuerdo ajeno, no es sólo ser un buen tipo (que lo es) sino ser alguien que  ha hecho pasar buenos ratos y reir a los demás en un lugar a donde el común de los mortales no va precisamente a pasar buenos ratos y a reirse. Me descubro ante tamaña habilidad! Y de paso,  lanzo uno de mis dardos contra toda esa industria de lo Zen, el relax, la autoayuda, la autocomplacencia y tanta tontería también propia de este siglo: hagan ustedes reir a sus semejantes! Y verán que todo el resto sobra. 

    Querido Alfonso, te voy a echar de menos en mi puesto de trabajo (fuera de él espero seguir viéndote y disfrutando de tu compañía) sobre todo porque nadie como tú ha sido capaz de transformar mis invectivas, mi refunfuñar y mis quejas en golpes de sano humor y regocijo colectivo. Ahora que ya no estás tú, voy a tener que ser buena y empezar a cultivar en grandes dosis esa cualidad que te define y que nos ha cautivado a todos los que hemos tenido el privilegio de trabajar contigo: tu buen humor y tu capacidad para hacer reir. Me aplico desde hoy mismo, lo prometo. 

   Y tú, amigo, a jubilarte con júbilo! Como no podrías hacer de otra manera. Para que veas, te dejo tu canción favorita, que no me gusta nada, pero el mensaje es certero: sólo se vive una vez!


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