viernes, 19 de octubre de 2018

El misterio de la lubina perdida.


    Les aseguro que no soy despistada, en absoluto. No es mi estilo dejar las llaves puestas en la puerta o perder la tarjeta del banco en cualquier lugar, aunque reconozco que con la suma de los días y las hormonas a la fuga, últimamente tengo algún que otro lapsus. El de hoy ha tenido su gracia y por eso, por gracioso, lo comparto con ustedes para que empiecen el fin de semana con una sonrisa...Para carcajada tampoco creo que de la cosa.

    De repente me he encontrado con la tarde libre y he decidido lanzarme a hacer varios recados en vez de lanzarme a la piscina o a correr por el parque que era lo que en realidad debería haber hecho. Al  cabo de hora y media de recorrer el centro de la ciudad buscando cosas variopintas me he acordado de mi amigo Wouter, que es pescadero y tiene su pescadería por allí,  y he ido a saludarlo con la esperanza de encontrar aún algo para cenar, como asi ha sido. He comprado una hermosa lubina y he seguido haciendo otros recados hasta que harta de gentío y de rascar la tarjeta, me he encaminado al metro donde, al sacar el abono me he dado cuenta que me faltaba una bolsa de las muchas que llevaba conmigo. Porque yo compro poquísimo o nada, y claro, el día que compro tengo que sacar muchos atrasos; tantos, que parecía una nueva rica en vísperas de Navidad. Cuando he contado las bolsas he visto con horror que me faltaba la de la lubina.

    Sin encomendarme a San Antonio ni supersticiones similares, he desandado el camino a partir de la compra del pescado y para que se hagan ustedes una idea de hasta qué punto era una empresa complicada, las estaciones posteriores eran una tienda de Mangas japoneses y una papelería perteneciente a una cadena de franquicias que dentro de este país pertenecen a cierta región que últimamente gusta de unir su destino al de Cataluña...Supongo que me entienden. Los japonenes, amables ellos, me ayudaron a buscar por la tienda y no pareció extrañarles que una señora madurita hubiera perdido una lubina en su tienda. Habrán visto cosas peores y tipos más extraños que yo, seguro.

   En la papelería flamenca, la cosa no fue tan sencilla, porque la no tan amable dependienta, a pesar de que me dirijí a ella en ese idioma llamado Neerlandés,  que como ustedes saben es una de las lenguas más habladas en nuestro planeta, pensaba que lo mío era una broma y que la gente no va a las papelerías a comprar Tippex (encargo de mi heredera) con una bolsa con una lubina dentro. Y eso que como no sé como se dice lubina en Neerlandés (que ya es mala pata porque hablo otros cuatro idiomas más y sí que sé como se dice lubina en todos ellos) le dije que era una bolsa de la compra con pescado dentro, y es más, se lo dije en inglés y en francés, que no sirvió de gran cosa a pesar de estar la bendita papelería situada a dos pasos del corazón de Europa. Cuando los humos se estaban calentando, afortunadamente, mi sagaz vista de lejos a la que aún no ha afectado la presbicia, divisó la bolsa a un lado del mostrador. La  cogí sin mediar palabra y salí de la tienda a escape porque mi salud mental me impide discutir con nacionalistas y otros catetos semejantes.

    Luego caí en la cuenta que esos que hablan el neerlandés (la lengua en la que se comunican los científicos, se ruedan las películas y se hacen negocios millonarios) y no quieren entender otra cosa, nos han montado un lío diplomático bastante gordo porque piensan que torturamos a Junqueras en la cárcel y que lo vamos a descuartizar como al periodista saudí. Como para pedirles que hicieran el esfuerzo de entenderme en una lengua de mierda como el inglés...

   Por cierto, en mi casa hemos cenado lubina esta noche, y me ha quedado de película. No diré más.

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