miércoles, 10 de octubre de 2018

Más que una moto

    Es sólo una motocicleta, pero resulta que es algo más. Es incluso algo más que uno de los muchos objetos ennegrecidos y cenicientos que se muestran en el excelente museo conmemorativo de los atentados del 11 de septiembre. Es una moto roja y resplandeciente, parece nueva y tiene un lugar destacado en el recorrido de horror, reflexión y emoción que es todo el museo. Me acerco a leer el cartel convencida que es la moto recién comprada de una de las victimas y es ahí donde me encuentro con la historia que les cuento, porque no puedo hacer otra cosa que contarla y porque si además pudiera tener solo una brizna de talento cinematográfico , que me falta incluso más que el literario, éste seria el guion de "la"  película sobre el 11 de Septiembre. 

    La motocicleta la había comprado dias antes de atentado un bombero de Nueva York, de nombre Gerard Baptiste. Era un modelo de Honda antiguo y bonito, pero también una ruina que él pretendía , contra la opinion de los expertos, restaurar en los muchos ratos libres o de guardia que le dejaba su oficio. Por eso la moto estaba en el cuartel de la escalera 9 del batallón de bomberos N2 de Nueva York, con sede en Soho. Gerard tuvo la mala suerte de ser una de las tres victimas de su unidad, pero también uno de los casi cuatrocientos bomberos que murieron en los atentados; como grupo profesional, el de mayor numero de victimas teniendo en cuenta que no trabajaban en las torres. Y aquí señaló mi respeto y admiración por un trabajo que consiste en entrar corriendo en aquellos lugares de los que la gente sale corriendo, precisamente. Pasados los meses después del dia de autos, alguien de su cuartel se fijó en la motocicleta olvidada y entre todos sus compañeros, y con la ayuda de la casa Honda que incluso fabricó algunas piezas a medida, la moto fue restaurada, se demostró que funcionaba, la enseñaron en todos los periódicos y acabó teniendo el lugar privilegiado que ocupa en el museo. 

    La historia de la moto aparece relatada en el museo, como aparece la foto de Gerard Baptiste junto a las otras casi tres mil víctimas, sonriendo bajo su gorra de bombero neoyorquino. Pero la historia de Gerard, que es la que a mi me interesa, la he ido hilvanado yo en estos días, gracias a Internet que es ese instrumento milagroso que yo no tuve cuando hice mi tesis y a pesar de ello la hice solita y sin copiar a nadie, perdonen por volver a meter mi muletilla particular.  Les dejo un esbozo: Gerard tenía 35 años y una novia llamada Delphine. De origen dominicano, llegó a Estados Unidos a los cinco años con sus padres, que se instalaron en el Bronx. Quería ser diseñador gráfico pero los estudios eran demasiado caros. Se alistó en el ejército y después de los años de servicio mínimo para abandonarlo se hizo bombero. Quería casarse con su novia y comprarse un perro. Le gustaban tanto que llevaba siempre galletas para perros en los bolsillos que iba repartiendo a los que se le acercaban. No está tan claro que le gustaran las motos, aunque era un manitas y le motivaba el reto que suponía reparar aquella chatarra. Sus vecinos contaban que,  a pesar de su muy morena tez y su aspecto claramente latino, él siempre se decía norteamericano y aclaraba que lo era porque aquel era el mejor pais del mundo, el que había acogido a su familia huyendo de la miseria.

    Gerard tendría hoy más o menos mi edad. Quizás se habría casado con Delphine y hasta tuviera hijos y ese perro que tanto anhelaba. Quizás sus hijos serían de la edad de los míos y se sentirían aún más estadounidenses que su propio padre, y los domingos visitarían a sus abuelos en el Bronx  sin poder intercambiar con ellos ni una palabra de ese español que ya no es su lengua. Quizás Gerard también habría votado a Trump, sólo porque también  es un neoyorquino nieto de inmigrantes como él, quién sabe...Nadie lo sabe porque un once de septiembre de 2001 se paró el reloj cuando unos locos a bordo de dos aviones derrumbaron dos torres de cien pisos y Gerard salío corriendo con sus compañeros de la escalera 9 a cumplir con su deber: entrar donde otros salen corriendo. Si por un milagro apareciera hoy entre los escombros de aquel infierno, y viera el país que el otro nieto de inmigrantes le está dejando, las pocas posibilidades de vivir el sueño americano que les quedan a los que,  como sus padres, fueron a esa tierra buscando vivir mejor y hacer una América más grande, quizás agarrase su moto (ahora que funciona) y saliera corriendo hasta la frontera canadiense.

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