miércoles, 16 de enero de 2019

La revolución era ésto?

    A pesar de pertenecer a la generación que estudiaba (mal) francés en el colegio, yo siempre fui anglosajona de pensamiento y aficiones. Me gustaban los Beatles y me sabía todas sus letras de memoria (sin entender lo que decían ) solo veía cine americano y mi ciudad favorita era Nueva York, incluso sin conocerla.  Ese ser anglosajona, en una España que aún  era una, grande y poco libre, era quizás una señal de rebeldía, y toda mi obsesión infantil y juvenil fue aprender inglés, cuanto más y mejor, para no sólo ser anglosajona de afición sino también con conocimiento de causa. Como en tantas otras cosas de la vida, el tiempo ha matizado esas ínfulas juveniles y, sobre todo, el conocimiento que da el andar por el mundo, me han hecho apreciar otras lenguas y culturas, algunas de ellas, forman parte de mi familia. 

   Esta Navidad he visitado una interesante exposición patrocinada por un banco y dedicada a los años Sesenta y a la revolución juvenil, a través de la música, la moda y otras manifestaciones artísticas. Por una vez recorrí todas las salas armada del aparato con auriculares (cosa que detesto en los museos) porque no daba explicaciones sino que ponía la banda sonora a todo lo que iba viendo: los Beatles, los Rolling Stones, Bob Dylan, Joan Baez, Eagles, Doors, Queen, Jimmy Hendrix, Woodstock, la Isla de Man...Hubo un tiempo que esa isla que Franco llamaba la pérfida Albión y que parecía el centro de la civilización y a la vez, la avanzadilla de todo lo calificable como moderno, fue también un foco revolucionario. De una revolución simpática y no tan profunda y filosófica como la parisina del 68 (también necesaria) basada en minifaldas cortas, colores chillones, botas con plataforma, flequillos al viento y melenas indómitas. 

    Pero parece que lo de ser una isla es un fenómeno que marca en demasía, seas de Mallorca, de Córcega o de la Gomera o de una isla enorme como Inglaterra;  y aquel foco de adelanto y modernidad ha decidido ser, en plena era global, donde ya no hay fronteras ni distancias insalvables, una isla o incluso, un islote, en el mejor sentido de la palabra. Los inventores de la minifalda, de la resistencia contra Hitler,  de la música pop y de la irreverencia, han decidido ensimismarse y cortar todo aquello que pueda unirles o otras partes del mundo incivilizado donde se acogen emigrantes, se paga con la misma moneda en países diferentes y no se clasifica a la gente por la calidad de su lengua hablada. Y además se conduce por la derecha y se consume el té en bolsitas, nada más vulgar!

    Por fin han salido del armario y han declarado firmemente que echan de menos a Enrique VIII y a todas sus esposas (incluso las dos decapitadas) y al Imperio con todos sus elefantes y toda la India con Gandhi al frente revolviéndose contra ellos. Como están lanzados, no descarto que pongan un tapón en el túnel bajo el Canal, y esa maravilla de tren que te lleva a Londres en dos horas desde mi ciudad deje de circular, no sea que se convierta en el caballo de Troya. Por fin podrán maltratar a la clase obrera  a gusto y enviarlos de nuevo a las minas, que son capaces de reabrirlas, y volver a beber cerveza de jengibre, que era una bebida que salía en los libros de los Cinco y que cuando la probé hace tres décadas aún recuerdo las arcadas que me provocó, a pesar de mi admiración por los Cinco. 

    Ser de tu pueblo y presumir de ello es muy sano mientras no pretendas que tu pueblo es uno, único y todos los demás un asco. Y no digamos si decides que como tu pueblo no hay otro sobre la tierra y  el orgullo patrio se convierte en acatetamiento irremisible.  Tanta revolución para acabar en ésto...Qué pena. 











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