jueves, 24 de enero de 2019

Nada será lo mismo nunca más

    No sé si me atrevo ni siquiera a proponerles un acertijo, pero allá voy. Muchas de las cosas que nos están pasando, y muchas de ellas no me gustan, tienen su origen en la invención de un solo aparato y en su profusa utilización en nuestra vida cotidiana. En la historia de la humanidad ha habido inventos miles, pero apenas un puñado han significado un cambio radical en nuestras vidas y costumbres. Muchos de esos inventos han supuesto mejoras y pasos adelante, pero no han cambiado el signo de los tiempos. Ejemplos? La rueda, la pólvora, la máquina de vapor, la luz eléctrica, la televisión, la lavadora, el avión, las vacunas, los rayos X y cientos de artilugios más. Todo de una utilidad probada, cosas sin las que no concebimos nuestra vida actual, pero que no han supuesto una debacle de los usos y costumbres en el momento en el que surgieron. 

    Quieren ejemplos de otros inventos que si cambiaron el curso de la historia? Les pongo dos: la agricultura y la imprenta. Con el primero, el hombre dejó de ser un cazador trashumante y se convirtió en un recolector asentado; las ciudades surgieron porque la población decidió dejar de moverse buscando qué comer y pasó a preocuparse por otros asuntos aparte de sacrificar animales para no morir de inanición;  entre otras cosas, pasó a preocuparse por reproducirse. Con la imprenta, el saber dejó de ser patrimonio de quien era capaz de acceder a él y recordarlo y encontró una manera más rápida de llegar a más gente; no es casualidad que la llegada de la imprenta facilitara las reformas religiosas y los grandes descubrimientos geográficos, por hablar de dos cositas de nada. 

    Nos hemos hartado de hablar de Internet, de la Red, de los ordenadores, de su potencia y polivalencia, de la cantidad de cosas que se gestionan de modo telemático, de la inteligencia artificial, del Internet de las cosas, de lo que vamos a tardar en llegar a Marte, de la clonación y de todas esas cosas que no eran posibles y ahora lo son porque las máquinas piensan más deprisa (que no mejor) que las personas. No sé si realmente nos hemos fijado en el aparatito, pequeño y de variados precios y calidades que ha permitido que muchas de esas cosas que están muy lejos del común de los mortales sean cercanas; que pasen y, sobre todo nos pasen  cosas que sin este invento no nos pasarían. 

    Piensen conmigo en una serie de asuntos de rabiosa actualidad (y que no ocurrían hace unos cinco años) y me darán la razón. Nunca los taxistas se pusieron en pie de guerra en España, eran un servicio eficaz y casi, casi, accesible para todo el mundo. Nunca un niño caído dentro de un pozo hubiera sido objeto de un seguimiento por horas de su rescate, como mucho nos llegaría un parte diario en el periódico de la mañana. Nunca un millonario de pelo teñido y modales inexistentes hubiera sido capaz de convencer a 62 millones de personas de un pais rico y del primer mundo para que le votaran, y eso,  contando falsedades cada dia. Nunca la juventud tuvo peor ortografía, ni llegó a estar convencida de que « qué » se escribe « ké » y no pasa nada. Nunca, a pesar de los millones de libros que se venden, se leyó menos, y nunca las series de televisión fueron mejores ni más valoradas que las películas. Nunca hubo tantos jóvenes afectados de presbicia antes de los treinta años como hay ahora. Nunca nos interesó más hacer la foto del cantante sobre el escenario que ver y oir al cantante; nunca nos hicimos una foto de nosotros mismos delante de Las Meninas; nunca enseñábamos una foto del bizcocho recién sacado del horno a nuestros amigos, es más: a nadie se le ocurría hacer una foto de un bizcocho recién salido del horno. Nunca nos hubiéramos fiado de una compañía aerea que nos vendiera un billete a 20 Euros ni se nos ocurriría alquilarle su casa por dos días a una familia de Moscú. Y no sigo, porque el párrafo se me está haciendo eterno.

   Todo ésto ocurre porque hay un aparatito que está al alcance de cualquiera (salvo que seas preso en  una cárcel o indio de la selva amazónica) y que facilita todas estas operaciones. Si los taxistas quieren que el mundo vuelva a ser el de las personas que cogían taxis deberían ir camino de Silicon Valley y hcer allí todos sus escraches,  y dejar tranquila la entrada del FITUR y la M30, porque todo ésto que está pasando es culpa de quien inventó el teléfono inteligente, ese que todos llevamos pegado al cuerpo y que nos facilita la vida o nos nubla el entendimiento (o ambas cosas a la vez). Porque al genial inventor del cacharro, no sé si se le ocurrió que esos teléfonos y sus aplicaciones, han transformado el mundo como no se había transformado desde que los Sumerios se pusieron a sembrar trigo o Gutemberg  se puso a editar biblias en serie. Y desde que todos llevamos teléfono, y usamos sus aplicaciones, nada será lo mismo nunca más. Se pongan los taxistas como se pongan.






















;;;;;;;;;;        Nnnnnnnnnnnnnuuuuuuuuuuuuunnnnnnnnnn









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