lunes, 11 de marzo de 2013

Crónicas germanas

    Hace varios domingos, Maruja Torres escribía en El País Semanal un delicioso artículo sobre una estancia reciente en Roma ("Soñando hacia atrás", 17 de febrero) como otros muchos que ha escrito de sus andanzas por el mundo. El domingo pasado, en el mismo suplemento dominical ("En el camino", 4 de marzo) Maruja escribía de nuevo sobre ese viaje a Roma, pidiendo disculpas a sus lectores (algunos de ellos parece que se lo habían recriminado) por hablar públicamente de su vida ociosa y de sus viajes de placer en un momento en el que buena parte de la población hispana no llega a fin de mes. Me asombra que la siempre indómita Maruja presente excusas a su respetable público, lo cual dice mucho de su empatía y no se si dice gran cosa de nosotros sus lectores, que nos estamos convirtiendo gracias a la crisis en una panda de resentidos.

   Que por qué les cuento ésto? Pues por que yo siempre sigo  el ejemplo de la gente que admiro, y Maruja forma parte de mi Olimpo particular del periodismo; y como lo que quiero hoy es hablar de Alemania porque he pasado el fin de semana en Berlín con mi familia, vaya por delante mi disculpa por viajar tanto ante mis lectores, que no son ni la décima parte de los de Maruja Torres, pero también tendrán su corazoncito, digo yo.

    Fin de semana en Berlín, ciudad que he conocido separada por un muro, con el muro agujereado, sin muro y llena de obras, sin muro y sin obras y en esta ocasión, bajo la nieve que, definitivamente, este invierno me persigue allá donde voy. Mis hijos han recibido una buena lección de historia, pues no hay ciudad europea que recoja mejor lo que ha sido la azarosa vida de este continente en el siglo XX, y yo he recibido alguna que otra lección de civismo y reglas de buen vivir...yo! que me paso el día proclamando la necesidad de reinstaurar la educación para la ciudadanía en los planes de estudio! Parece que aún me quedan cosas por aprender.

   En estos dos días berlineses he recibido reprimendas varias: por contestar a una llamada de mi móvil dentro de un museo o por quitarme el abrigo y llevarlo de la mano cuando hay un guardarropa gratuito en la entrada de otro museo. Por intentar cruzar una calle no muy ancha por donde no había semáforo, por sentarme por mi cuenta en una mesa de un restaurante semivacío sin esperar a que me lo indicara el camarero y por bajar unas escaleras por la izquierda en vez de por la derecha. Todo minucias, ya ven, pero parece ser que todas muy importantes para un país que apenas conoce el paro, que se ha destruido y reconstruido dos veces en los últimos cien años, que gobierna nuestas economías y que tiene un índice de protección social que ya lo quisiéramos para nosotros. Pueden darnos lecciones? me temo que sí. Nos tiene que gustar? claro que no, a nadie le gusta pasarse la vida recibiendo lecciones.

    Y así es como he descubierto que he sufrido durante muchos años una especie de "germanofobia primaria" que, entre otras cosas, me impidió a su debido tiempo estudiar alemán, que es una lengua magnífica que me hubiera servido de mucho en la vida. Sufrí de germanofobia porque cuando salí de mi casa dispuesta a comerme Europa a bocados, recibí muchas regañinas por parte de los alemanes que se iban cruzando en mi vida y entonces decidí que ya no podía soportar más ese tono tan suyo donde convergen el sermón dominical de los curas, los salmos de las monjas de mi colegio y las broncas de mi madre por llegar tarde a comer. Después de vivir muchos años en el exilio nórdico, y al filo de cumplir mi quinta decena, me doy cuenta que la regañina permanente es algo que a ciertos espíritus sureños nos hace falta para vivir sin meter la pata. Qué tal si propusiéramos que nuestros escolares adolescentes pasaran al menos seis meses de sus vidas viviendo con una familia alemana? ya se que no es factible, pero no se hacen una idea de lo que ganaríamos todos con ello.

    Los alemanes se levantan con el alba, comen patatas a todas horas,ven poco el sol y tienden a la gordura pero a cambio, ganan más que miles de europeos que hacen sus mismos trabajos, tienen treinta días de vacaciones que aprovechan para viajar y tostarse en las playas; tienen la guardería a la vuelta de la esquina, el colegio gratis, las tiendas abiertas a todas horas y la pensión garantizada. Hay quien dice que son infelices, quizás sea verdad, aunque me atrevo a discutirlo a juzgar por lo visto. Y es más, creo que para haber cometido los destrozos que han cometido y ver cómo han salido de ello, tienen todos una madera especial, cierto carácter que hace años me fastidiaba y que he acabado por admirar, me acuso.

    Y un detalle más: en Alemania los ministros dimiten (ya van tres) porque alguien se da cuenta que copiaron parte de sus tesis doctorales. En España los ministros no son doctores (ni copiando) ni dimiten por cosas mil veces peores, y para colmo, una de las páginas web que más visitan nuestros estudiantes se llama "El rincón del vago" y ofrece la posibilidad de copiar deberes y trabajos ya hechos "on line"...no tengo palabras.

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