martes, 19 de marzo de 2013

Que veinte años no es nada...

    Ya supongo que muchos de ustedes están esperando que les propine una entrada "habemus papam", cosa que no voy a hacer porque como ya he dicho varias veces, aquí escribo sobre lo que me llega al alma y me preocupa o me hace reflexionar y, honestamente, la llegada al trono de Pedro de un nuevo ocupante no entra en ninguna de las tres categorías anteriores. La Iglesia Católica se las ha arreglado bastante bien durante veinte siglos de historia para permanecer donde está sin cambiar grandes cosas (será ese el secreto de su éxito?) y no creo que un nuevo director de orquesta traiga muchas novedades; y si me equivoco, yo seré la primera encantada en reconocerlo. Veremos.

    Escribo estas líneas tras un fin de semana rico en vida social, algo que no practico habitualmente. Vida social rejuvenecedora en este caso, porque me han invitado a dos fiestas, dos, en las que los anfitriones celebraban sus treinta años...casi veinte menos que la próxima decena que me toca cumplir. Me sorprende y me halaga a partes iguales que los treintañeros me inviten a sus fiestas, y como una es como es, llevo dándole vueltas a la cosa desde entonces, y  ya va para dos días.

    Para empezar,  un tópico: treinta años, quién los pillara! Como ya he dicho en otras ocasiones, con la salvedad de la sabiduría acumulada y lo que una aprende de la experiencia, cumplir años es un fastidio, y los que tan bien y tan a gusto se encuentran en la plenitud de sus muchos años cumplidos mienten como bellacos o son carne de revista del corazón y algo tiene  que decir para rellenar los pies de foto. Las mujeres somos especialmente proclives a este tipo de afirmaciones idiotas como "nunca me he sentido tan bien como en la cincuentena"...pues yo sí! francamente, me sentía bastante mejor al borde de la treintena, sin canas que teñir, sin vientre que rebajar y sin facturas que pagar; y no digamos con la cuarentena, con dinero para pagar las facturas y las piernas sin calambres después de una hora de entrenamiento. Será que me identifico con Unamuno y aquello del sentimiento trágico de la vida, o será precisamente por lo que me gusta la vida que me fastidia que con los años me la vayan descontando.

    Volvamos a los treintañeros con los que me he codeado este fin de semana. Gente que habla de visitar lugares remotos, de vacaciones con una mochila al hombro, de comprarse una casa, de tener unos hijos, de cambiar de horizontes e incluso de cambiar de trabajo (no eran españoles, claro) o de modo de vida. Hombres que comienzan a preocuparse por la primera caída del pelo y mujeres que te preguntan si eso del reloj biológico va en serio. He intentado mirar atrás y echar mano de mi siempre eficaz memoria y me veo a mí misma apagando las velas de mis treinta años en una buhardilla de una ciudad europea, acompañada de unos pocos amigos que, a Dios gracias aún conservo; llena de planes que desde entonces acá he ido viendo como unos se cumplían y otros se quedaban en la cuneta.

    El tiempo es un ladrón de guante blanco. Del mismo blanco que tengo que tapar con el tinte capilar; del mismo blanco que, dicen, es el color de la esperanza de seguir viviendo. El tiempo es ese reloj implacable que avanza mientras tú reculas, el que te cuenta las horas por minutos y los días por horas. El tiempo es esa magnitud que no contabilizábamos a los treinta años porque pensábamos que nos sobraba y que ahora es un bien tan escaso como en ciertas épocas, inexistente. Cuando te invitan a una fiesta para celebrar treinta años la terapia de choque es la misma que la de celebrar los dieciocho de tu primer hijo o  los ochenta de tu propia  madre: a los dieciocho nos gustaría regresar, a los ochenta quién sabe si llegaremos, pero yo insisto: los treinta, quién los pillara!

    Felicito de nuevo a los treintañeros del pasado fin de semana (me consta que uno de ellos me lee) y me gustaría largarles un sermón de la montaña para insistirles en que cuando menos se los esperen, se encontrarán  con dos decenios más en sus costillas  que se les habrán pasado en un suspiro...como a la que esto suscribe.

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