martes, 3 de febrero de 2015

Dependientes dicharacheros

    Me escribe una amiga desde Badajoz recordándome ese poema incompleto que hallaron en el bolsillo de la chaqueta de Antonio Machado: "esos días azules y ese sol del invierno"...Aquí escaseamos de días azules con sol de invierno, aunque vamos sobrados de distintos tonos de gris y de invierno a raudales, y además yo tengo en las últimas semanas ciertos nubarrones que cruzan mi semblante, así que cambio de tercio y voy a intentar, en la medida de lo posible, hacerles reir para, de paso, reirme yo también un rato. 

    La excusa perfecta me la ha servido este domingo Javier Marías en su artículo del País Semanal ("Cautivos") donde se pregunta por qué  habla tanto  la gente, muchas veces sin ton ni son, y explica esa sensación de cautiverio que uno tiene cuando es atrapado por alguien con una verborrea incontenible, afirmando que en esta nuestra época en la que creíamos que todos éramos seres incomunicados, pendientes de la pantalla de un móvil, resulta que no, que la gente habla mucho pero sin tener conciencia de que lo está haciendo. Tengo con el señor Marías una relación difícil, pues me aburren sus novelas tanto como me entretienen sus columnas de prensa, pues creo que habla en ellas siempre cargado de razón, excepto aquella temporada en la que le dió por defender el derecho de los fumadores a fumar donde les diera la gana y sobre todo, es uno de los pocos escritores de su generación que no se casa con nadie, lo cual es muy de agradecer. 

    Ahora bien, dándole la razón a Javier Marías en todo lo que cuenta, tengo que discutirle que las víctimas de tanta verborrea fácil sean principalmente el gremio de los dependientes, capturados por clientes sin prisa que les agobian con capítulos completos de su vida antes de explicarles qué es lo que han venido a comprar. No niego que este supuesto exista, pero yo, que soy una mujer apresurada y una clienta incluso más apresurada todavía y poco dada al consumo, me he visto más de una vez obligada a intervenir para cortar la incontinencia verbal del dependiente de turno. He llegado a la conclusión de que como procuro ir a las tiendas cuando no hay nadie, si el dependiente está aburrido, resulta que soy la víctima ideal. Otras veces, la poca paciencia que Dios me ha dado se me agota viendo como las cajeras y cajeros  de los supermercados departen amablemente, no sólo con los clientes que van pasando sino también entre ellos, de caja a caja,  prolongando las colas unos cuantos minutos más porque esta gente, cuando habla no actúa.Aunque si quieren ustedes acudir a una tienda donde seguro que se van a ver envueltos en una conversación interminable que, o no desearon nunca entablar, o la han entablado otros justo delante de usted prolongando una fila de clientes a la expectativa que se sale por la puerta, vayan  a una farmacia...No falla!

La semana pasada, acudí a la farmacia de mi barrio a la que voy lo menos que puedo porque son antipáticos a ms no poder (lástima que no me lean); hacía un frío de morirse, volvía de una dura jornada de trabajo (y en mi trabajo se habla mucho, para que ustedes me entiendan) y llego a la farmacia a buscar unas gotas para la nariz que a alguno de mis cohabitantes le hacían falta imperiosamente. Sólo había una dependienta, quedaba poco para cerrar, y detrás de mí rápidamente se formó una cola de cuatro o cinco personas. La dependienta está despachando a una joven madre unos botes de leche en polvo y una pomada para las irritaciones de las posaderas infantiles, me digo que ya me va a tocar. Pasan cinco minutos, y como tengo buen oído (también me pagan por ello) lo enchufo y descubro que están comentando cómo fue el destete de sus bebés respectivos pues la dependienta acaba de reincorporarse de su baja de maternidad. Detrás de mí en la cola hay una señora bastante mayor que camina con muletas, le sugiero que se siente porque veo que se cae. La agradable conversación ha pasado del destete a las diarreas, haciendo parada en la cantidad de pañales que se gastan en un día. La señora mayor, con sus muletas y su receta en mano decide que mejor vuelve otro día. Llevamos ya diez minutos. Como vivo en un país de gente civilizada, todo el mundo soporta estoicamente la cola, pero una servidora, al filo de los trece minutos de conversación, y ya muy rebasado el filo de mi paciencia se acerca amablemente y les indica a las dos parlanchinas, sobre todo a la empleada de la farmacia, que si se ha dado cuenta de la cola que se ha organizado...Podrán ustedes suponer que me despacharon las gotas de la nariz con una energía que faltó poco para que me las pusieran de sombrero, pero cuando me marchaba, sentí a mi alrededor miradas de agradecimiento, profundo respeto, e incluso el último de la fila me guiñó un ojo. Ya ven que a veces, los gestos de valor ciudadano son reconfortantes.

    Y ya ven que se habla por hablar, y que quizás a los dependientes no siempre hay que tenerles tanta lástima...Y aquí estoy esperando esos días azules y ese sol del invierno, como Machado, que en gloria esté!

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