domingo, 12 de marzo de 2017

Ese oficio tan antiguo (La chica de ayer, 8)

    Cada mañana, poco antes de las ocho, Elisa aparcaba de mala manera su 127 rojo en una de las calles cercanas a la plazuela donde tenía su quiosco. Y cada mañana se ganaba una bronca de Paco el guardacoches (que no la podía ni ver) por aparcarlo mal. A esas horas tempranas Paco ya tenía al menos el 40 por ciento de alcohol en la sangre, cosa que Elisa le reprochaba, entre otras muchas lindezas que se decían el uno al otro; alcohol que no le impedía ser el guardacoches más eficaz de la ciudad, capaz de aparcar una furgoneta en el sitio de un Seiscientos a pesar de que le faltaba el brazo izquierdo y dos dedos de la mano derecha. Cuando la cosa se ponía brava, Paco, como buen mutilado de guerra, usaba sus contactos y llamaba a los de la grúa, que jamás consiguieron llevarse el coche de Elisa porque ésta apenas los veía aparecer salía con  la escoba, fregona o cualquier estaca que tuviera a mano y los ahuyentaba: "pues buena soy yo; que me he hecho a mí misma!"

    Alguna vez, en alguna parte,  Elisa escuchó aquello de hacerse a sí misma y decidió que esa era la frase que le venía como anillo al dedo. Porque Elisa no había sido quiosquera toda la vida, y cuando se instaló en aquella coqueta placita de una ciudad de provincias donde todos se conocen, la clientela masculina de una cierta edad se sonrió y unos a otros se dijeron  "La Elisa ahora es quiosquera"; dejando claro que antes tenía otra manera de ganarse la vida, de la que muchos de ellos habían sido testigos. Y de la que había una consecuencia que se llamaba Miguel y le ayudaba en el quiosco; un chaval raro,  obsesionado con la segunda Guerra Mundial, del que no se sabía muy bien si era tonto o autista inteligente. Las pocas veces que su madre se marchaba del quiosco, aquello se convertía en un cebo para cleptómanos, pues Miguel sólo se ocupaba de pintar sus soldaditos de la Segunda Guerra y de escuchar a Quilapayún en su radiocasette, desentendiéndose del resto. A saber qué relación tenían  las azañas bélicas y los acordes del "pueblo unido jamás será vencido", pero ambas cosas eran la única pasión conocida de la criatura.

    Pero Elisa rara vez abandonaba el puesto, probablemente porque sabía que su presencia era imprescindible y que sus clientes de prensa, pan y quinielas, la buscaban a ella porque en otros tiempos también habían sido otro tipo de clientes; porque verla, con su moño alto teñido de pelirrojo, sus uñas de varios centímetros y su carmín a juego con uñas y moño era todo un espectáculo. Elisa, que se había hecho a sí misma (como no se cansaba de repetir) pero además era lista como ella sola, ampliaba el negocio con todo lo que los antiguos y reencontrados clientes pedían y no tenían los demás quioscos: abonos para el transporte público, hojillas de afeitar,  pan de molde, pan del día y cajas de Playmóvil, que eran unos juguetes feos de morirse pero que arrollaban entre las criaturas. 

    Criaturas que también se abastecían a diario de pipas, altramuces, caramelos y todo tipo de golosinas atiborradas de colorantes cancerígenos que comenzaban a venderse tanto o más que el tabaco, que Elisa despachaba a granel y a escondidas porque no tenía licencia de la todopoderosa Tabacalera para hacerlo legalmente...Se ve que en ese gremio no había tenido clientes. Cuando los niños clientes preguntaban a los padres clientes algo sobre Elisa recibían la callada por respuesta o como mucho, someras indicaciones de que esa señora "había practicado el oficio más antiguo del mundo". La Chica de Ayer, ingenua como ella sola pero inasequible a la ignorancia, buscó en diccionarios y enciclopedias varias el dicho oficio sin encontrarlo. Porque ella era buena clienta de Elisa, a quien le compraba cada semana la revista "Mortadelo" y de vez en cuando algún fascículo encuadernable de cine o historia de Egipto. Elisa, poco dada a las carantoñas con la grey infantil ("estos no vienen más que a robarme") siempre tenía una palabra amable para ella: 
- "Di que sí, tú lee y no comas guarradas, así serás lista y no se te caerán los dientes; te lo digo yo, que me he hecho a mí misma". 

    Lástima de Wikipedia inexistente,  que hubiera podido aclararle a esa niña lo del oficio más antiguo del mundo en diez segundos; porque hubo un tiempo en el que la Chica de Ayer leía tebeos y coleccionaba fascículos de cine para parecerse a una señora que se había hecho a sí misma, sin tener muy claro de qué manera; aunque de forma muy honrada y con todo el mérito del mundo, eso sí!

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