miércoles, 22 de marzo de 2017

Yo no estaba aquí

    Hace un año yo no estaba aquí. Aquí? Sí, aquí en esta ciudad donde vivo y me gano la vida. Donde conocí a mi compañero para esta vida que me gano honradamente y con muchas satisfacciones; aquí donde crío a estos dos seres hormonales que llevan varios meses agotando mi paciencia pero que fueron otrora, dos angelitos adorables; aquí donde me he convertido en una señora madura y quizás hasta en una persona mayor; aquí donde tengo amigos entrañables, vecinos amables con los que hago reuniones de comunidad en torno a una mesa de comedor y una copa de vino, nada que ver con "Aquí no hay quien viva" y parientes cercanas. Aquí, donde mis hijos van a un colegio en el que hablan tres idiomas que aprenden sin enterarse, donde una vez al mes, más o menos voy a un concierto estupendo de una orquesta igualmente estupenda por un precio que a un madrileño le daría la risa; aquí donde la primavera llega a trompicones y el verano ni está ni se le espera. 

   Aquí mismo, a poco más de cien metros de donde remato estas líneas, hace un año murieron 22 personas y más de un centenar salieron heridas de distinta gravedad, y muchos de nosotros, que practicamos esa parada de metro varias veces por semana, marcados para siempre. Hace un año yo no estaba aquí, ya me había marchado tres días antes en busca de la primavera, transitando por ese aeropuerto que me gusta tanto donde otros tantos muertos y otros tantos heridos cayeron también.  Hace un año me dije que a partir de ese momento viviríamos acogotados y peligrosamente y hoy, un año después me digo que aquí estamos, todos empujando a esa primavera que sigue resistiéndose a instalarse y viviendo con relativa normalidad. Los seres humanos, definitivamente, somos lo más resiliente que ha creado la madre naturaleza, y eso explica que los dinosaurios se extinguieran y nosotros no. 

    Hoy, mientras guardaba un minuto de silencio en mi puesto de trabajo acompañada de personas de treinta países diferentes, me dije que soy una persona afortunada por vivir para contarlo, por supuesto; pero sobre todo por vivir en un lugar donde cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre, donde unos se santiguan y otros apostatan, donde unos comen carne y otros son veganos, donde la madre lleva la cabeza tapada y la hija pelea por destapársela, donde los letreros de las calles están en dos idiomas sin que eso suponga un debate parlamentario, donde te pones malo y te operan, tienes hijos y van al colegio y si no los llevas viene la policia a preguntarte por qué no lo haces; donde las mujeres pueden ser ministros de lo que sea y la Iglesia católica es una más entre otras y paga impuestos. 

    Siento que haya tenido que haber muertos y tanta sangre inútil salpicada de tan cerca para que algunos como yo nos demos cuenta de lo afortunados que somos.  En esta ciudad que también es la mía desde hace 26  años (véase mi entrada del 22 de marzo del año pasado) hace un año yo no estaba y este año, que sí estoy, y donde esta mañana recordamos a nuestros muertos a manos de los que no quieren vivir más que en un falso paraíso de mujeres vírgenes y oraciones inútiles, han florecido  los magnolios (que ya era hora) y la tolerancia sigue dominando a la barbarie. Les emplazo a todos al minuto de silencio del año que viene, con los mismos que estamos ahora, con la misma fe en la libertad y si es posible, con los magnolios en flor. Así sea. 

    

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