martes, 5 de septiembre de 2017

Constataciones veraniegas

   Ya ha avazado cinco días el terrible mes de septiembre, ese que, con sólo pronunciar su nombre ya me provoca jaqueca. Y como estoy metida en una especie de guerra santa de la que ya les rendiré cuentas otro día, no encuentro un minuto para hacerles llegar mi tradicional entrada que resume el verano. Aquí la tienen.

   Primera constatación: este verano no cabía un alfiler de canto en toda la Península Ibérica, e incluyo a nuestro "pais irmão" porque por mí misma he constatado que el llenazo de turistas les ha llegado tanto como a nosotros, sólo que ellos, modestos como son, no se dan tanto el pisto. Si el sol y las playas siguen concentrados en el Mediterraneo y aledaños, y el aledaño sur sigue empeñado en guerrear, nos aguardan varios años más de invasión turista, siempre que hagamos lo correcto para conservarlos: venderles paellas empedradas con chorizo y sangrías destinadas a desatascar fregaderos no forman parte de esas buenas prácticas...Y constato que por ahí van los tiros.

    Segunda: los españoles lavan los coches con mucho empeño y dedicación, y veo con sorpresa que las españolas también! En eso somos un país moderno sin diferencias de género en cuanto a la higiene automovilística. Tenía unos vecinos en la playa que pasaban horas cada día sacándole brillo a su flamante Audi, y envolviéndolo en una funda protectora que los vientos atlánticos levantaban cada tarde y que ellos, pacientemente, volvían a colocar y a asegurar después de pasar la bayeta por todos los cromados. Era una pareja con dos niños pequeños bastante blanquitos; cuando los veía en la playa a mediodía me daban ganas de preguntarles si se habían preocupado tanto por la piel enrojecida de esos niños como por su coche enfundado. No se lo pregunté; y ahora me arrepiento.

    Tercera: los españoles tienen todas las facilidades del mundo para drogarse con todo tipo de antiinflamatorios y relajantes musculares que se venden sin receta y que a mí me hacen viajar Marte cuando me los tomo porque, justamente, vivo en un país donde no se venden sin receta. A lo mejor la hucha de la Seguridad Social estaría un poco menos tiritona si se controlara la vocación médica y recetera de muchos farmaceuticos.

    Cuarta: el ruido en España es un derecho humano, de eso ya les hablé y sé que me repito, pero medir los decibelios de las playas de España es un ejercicio apasionante. Ya ni hablemos de las fiestas de los pueblos, con su séquito de charangas, calles y plazas llenas de detritus, petardos y olor a panceta urbi et orbe desde que se decidió que la caseta de feria andaluza era un fenómeno exportable a todo el país. Así tuve que ver Alcalá de Henares que, gracias al ruido y a la basura, me pareció un lugar menos bonito de lo que realmente es.

    Quinta: se me ha ido el verano y ahora voy a entrar en un túnel de lavado del que no creo salir hasta mayo, por lo menos. Y eso que a mí me ocurre y que a veces me parece inexplicable me lo ha explicado Isabel Allende con su última novela y esa espléndida cita de Albert Camus que le da título: "en medio del invierno, aprendí por fin que había en mí un verano invencible". Bien pues, a pasar el invierno se ha dicho, el verano invencible habita en mí!


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