jueves, 18 de enero de 2018

Cincuenta no es treinta

    La peluquería nos sirve a unos cuantos para ponernos al día en noticias intrascedentes y reportajes a todo color de personas y personajillos que no nos interesan lo más mínimo pero de los que todo el mundo habla. A veces pienso que si no fuera por la peluquería y la consulta de algún dentista no podría meterme en ciertas conversaciones! Ayer sin ir más lejos, mientras mi querido Tony peluquero tapaba las miserias de color blanco que se reproducen en mi cabellera, me leí de cabo a rabo el Paris Match. Un inciso: he leído en otra de esas sesiones peluqueras, o quizás en algún trayecto de avión, que el porcentaje de mujeres fieles al peluquero es mayor que el de las fieles al marido...Dato curioso que yo, como dicen mis adolescentes, "ahí lo dejo". 

    En mi revista de ayer la portada y protagonista era Carla Bruni, o Madame Sarkozy, como le gusta  recordar en cada párrafo a la periodista entrevistadora. El motivo del reportaje es que Carla acaba de cumplir cincuenta añitos (ella tambien?) y que, como no, le han faltado dos segundos para decir esa frase estúpida y además mentirosa que otras famosas cincuentonas proclaman: "los cincuenta son los nuevos treinta". Hago una búsqueda rápida en Google y veo que la frasecita de marras ya ha salido de la boca de Demi Moore, Monica Bellucci, Michele Pfeiffer y Elle MacPherson, que no tengo ni idea esta última cómo se gana la vida ni quién es, pero me da que con su cuerpo. La Bruni, que canta como para tirarle un huerto entero de tomates y tiene en su currículum de exnovios a toda la lista de los Cuarenta Principales, amén de metro y medio de marido ex-presidente, no ha sido original, desde luego. Y como todas las demás, mentirosa. 

    Será que Carla se levanta cada mañana de un brinco sin que ninguna pieza de su cuerpo le recuerde que está ahí y que la ha machacado viva durante la noche? A mí desde que he cumplido cincuenta, y a pesar de lo ágil que me encuentro y todo el ejercicio que hago, hay días que una grúa para salir de la cama me haría un gran servicio: a los treinta no me pasaba. Se le romperán las uñas? Se le caerá el pelo? Le entrarán ganas de vez en cuando de meter la cabeza en el frigorífico aunque sea diciembre? Tendrá que hacer la compra con las gafas puestas? Se dejará las llaves dentro de casa y tirará de la puerta? parece ser que  ella no. A mi a los treinta tampoco, ahora sí. Se comerá una barra de pan con Camembert y no tendrá remordimientos? Yo antes desayunaba media docena de churros y a mediodía ya me pedía el cuerpo un tentempié;  ahora me lo sigue pidiendo pero ya no se lo doy porque las calorías han encontrado ellas solitas el camino de mi cintura que, a los treinta, aún no lo había descubierto. 

    Claro que ella habla de lo estupenda que es la madurez, la serenidad que dan los años, la sabiduría que una acumula y lo atractivas que somos las mujeres en esta fase de nuestra vida en la que tenemos sofocos, gastamos una fortuna en tinte y mechas y los zapatos nos martirizan. Tengo algunas amigas que también mantienen este discurso desde que les cambió el prefijo  número 4 por el 5 y bien saben ellas, como lo se yo, que no es verdad. Los cincuenta no son los nuevos treinta; los cincuenta son el principio de una vereda que todos esperamos que sea larga,  muy larga, a pesar de tener que recorrerla con achaques o incluso a trompicones. Que Carla Bruni y otras tantas se sientan estupendas, a la vista está de todos. Que yo me sentía mucho mejor, más sana, más ágil, más fuerte y con más recursos (quizás no económicos pero sí de los demás) a los treinta, es un hecho tan verdadero y tan probado como que Puigdemont no va a jurar su cargo por Skype. Y ya ven ustedes, con esta frase, abandono la lectura frívola que tan profundas reflexiones desencadena en mí, y vuelvo por donde solía. Buenas noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario