lunes, 3 de septiembre de 2012

Faltará mi maestra

    Entre hoy y mañana, la infancia y adolescencia que vive a este lado de los Pirineos vuelve al colegio. Días más tarde lo harán los sureños (PIGS que los llaman esos entes de los mercados) y algo más tarde,  los mayores de la casa cogerán el caminito de sus universidades. Y entre todas esas aulas llenas de niños y no tan niños se encontrarán mis hijos, los de ustedes y toda una sarta de futuros delincuentes a quienes la casta admirable de los profesores trata de convertir en futuros ciudadanos. 

   Faltarán muchos, sobrarán unos cuantos, faltará el dinero y más en este año de pobreza por decreto, sobrarán carteras tecnicolores y teléfonos móviles más inteligentes que sus usuarios, habrá griterío, llantos y risas y entre todos los que vuelven a esa rutina llamada colegio faltará mi maestra, que se murió en junio sin que yo me enterara hasta dos meses después. 

    Profesores tiene uno muchos en la vida, pero maestros pocos, y yo en mi lista guardo a la monja que me enseñó a leer, que se llamaba Dionisia y era del género "soy vieja desde que nací" y a la profesora de lengua y literatura de mi tardía adolescencia, que me inculcó el amor por las letras castellanas. Y tras unos años de universidad en los que estudié historia por eliminación de todo lo que no me gustaba y en los que me dediqué con intensidad a divertirme, a manifestarme por cualquier causa y a pasar exámenes como bien podía, conocí a Ana Díaz Medina, mi tercera maestra, y quizás la más decisiva para mi vida.

   Doña Ana Díaz Medina nunca fue catedrática, aunque en la vida sentó cátedra sobre muchas cosas. La maledicencia estudiantil la llamaba "la Thatcher" por su parecido físico con la susodicha y su fuerte carácter, aunque todo el parecido se detenía allí. Ana era vivaz, ingeniosa, inteligentísima, capaz de encandilar a una audiencia pasota como éramos nosotros entonces. Era una gran historiadora,  concienzuda,  muy aguda en sus observaciones y capaz de transmitirnos a sus alumnos el gusto no sólo por sus asignaturas (historia del siglo XVI y XVII, ya ven que pestiño) sino por la crítica histórica, bastante más útil para hacer de nosotros ciudadanos pensantes y seres con opinión. . 

   Se vanagloriaba de haber sido campeona de correr con tacones delante de los grises en los años dictatoriales y de haber sido vigilada de cerca por la policía en muchas de sus clases, era valiente en sus afirmaciones, conciliadora en la vida académica (que tan politizada estaba aquel entonces) y muy divertida fuera de clase. A mí me enseñó lo poco o mucho que sé de historia más allá de lo que pone mi título de licenciada y me abrió los ojos al mundo. Me dirigió la tesina y tuvo la generosidad de apartarse de mi camino cuando mi tesis doctoral me encaminó fuera de España, sin prometerme, como hicieron tantos profesores de su época a tantos ingenuos becarios como yo,  una silla a la vuelta, a sabiendas  que no habría sitio para nadie. Yo la obligué a escribir el prólogo de uno de mis libros de historia (con ésto ya he salido del armario, no tengo talento literario pero sí libros de historia, ya ven...) a lo cual ella se negaba por modestia y acabó escribiendo que en la vida había tenido una alumna tan tozuda como yo...

    Estaba jubilada desde hacía pocos años, aunque pertenecía a ese género de ratones de biblioteca académicos que jamás se jubilan. En los últimos años apenas supe de ella y por dejadez propia, apena supo ella nada de mí y bien que lo siento,  porque pasaba muy buenos ratos cuando iba a visitarla a su despacho años después de abandonar la Universidad y mi ciudad. Cómo será que anoche hasta soñé que hablaba por teléfono con ella y que me decía que se había muerto sólo un rato para despistar a los que querían su puesto...Espero que entre esos haya también algún antiguo alumno suyo que la eche de menos. Ana Díaz Medina, profesora titular de la facultad de geografía e Historia de  Salamanca, descansa en paz, como te mereces, porque fuiste una gran historiadora, y un ser humano aún más grande!

    No sigo, a estas horas de la noche en esta casa estamos velando armas, que mañana mis tres colegiales, marido y dos criaturas,  vuelven a sus puestos. Por cierto mi abnegado esposo es uno de esos titanes que luchan contra hordas de adolescentes armados con teléfonos inteligentes que pitan en todo momento y son impermeables a lo que se les dice. Espero que, como yo recuerdo a mi maestra, alguno le recuerde a él el día de mañana, seguro que sí. Suerte, maestro!

1 comentario:

  1. Hola Concha, yo también me considero un amigo-alumno de nuestra querida Ana y no sabes cómo agradezco tus palabras. Yo realicé tu sueño, pues pude hablar con ella unas semanas antes de morir. Cada vez que la recuerdo, sonrío y eso es algo que para mí no tiene precio. Saludos, Concha:
    Luis Arias

    ResponderEliminar