jueves, 27 de septiembre de 2012

Basura por todas partes

    No es que la actualidad me haya dado tregua, visto como anda el panorama nacional; es que yo he decidido hacer como los políticos y más concretamente como el que está ahora al mando: mirar para otro lado y fumarme un puro (ésto último no se lo tomen a la letra)...y terminar de escribir mi anunciada y dos veces aplazada entrada sobre la basura.

    Sepan ustedes que la basura es una de mis obsesiones, que se codea con otras ya conocidas de ustedes: teñir mis canas, procurar que los años no sumen centímetros a mi cintura, terminar con el hambre en el mundo y no tolerar insultos racistas en mi presencia,  ni humo de tabaco en mi casa. Me asusta la basura, no la del cubo que guardamos en una bolsa, sino esa que ocupa tantos lugares de nuestras casas; me asusta la facilidad que tenemos para acumularla y lo que nos cuesta deshacernos de ella; me asusta cómo se desparrama a nuestro alrededor y todo lo que ocupa en nuestas vidas y en nuestros paisajes, que acabarán siendo una sucesión de vertederos.

   Quieren un ejemplo gráfico? Les doy uno de cine, para variar. Se acuerdan ustedes de "Wall.E"? aquella película de Pixar que contaba la historia de un pequeño robot chatarrero que se queda sólo en el planeta inundado de basura mientras los terrícolas supervivientes viven dando vueltas en una nave espacial en donde se han convertido todos en obesos a fuerza de no moverse. Prócurense el DVD y si no quieren verla entera (es una joya) no se pierdan la primera media hora. Yo volví a verla este verano con mis hijos y dada mi obsesión por el tema me dejó un par de noche sin dormir.


    El mensaje es apabullante: la basura acabará expulsándonos de nuestras casas, y puede que hasta de nuestro planeta: yo estoy de acuerdo. Acabaremos sepultados bajo una marea de teléfonos que sólo han servido seis meses, ordenadores obsoletos antes de salir a la venta, zapatillas de deporte pasadas de moda en dos días, televisiones planas, cóncavas y convexas, folletos, planos y revistas que guardamos para un por si acaso que nunca llega. Todo ese magma que se almacena en nuestros sótanos y en los altos de nuestros armarios entrará algún día en erupción y nos caerá encima como una maldición bíblica.

    Los de nuestra generación, que presumimos de conciencia ecológica, repartimos la basura en bolsas de colores, compramos tomates sin pesticidas y predicamos el fin de los aerosoles no hemos aprendido suficientemente de nuestros mayores, a los que reñimos cuando por descuido tiran una lata de cerveza al cubo de la basura o abusan de la laca. Así se lo reprochaba un abuelo a su nieto en una conversación que oí este verano junto a una hilera de contenedores cuando el nieto le  regañaba  por no saber a qué contenedor tirar el tetrabrik del zumo:

- "mira niño, yo no tengo coche, tengo el mismo teléfono móvil desde hace cuatro años; de pequeño jugué con las chapas de las botellas y usé la ropa de mis hermanos mayores, ahora un jersey me vale al menos para cino o seis temporadas. Voy a la compra con la bolsa de tela como ya hacía de crío, los muebles de mi casa son los mismos desde que me casé (nota de la redactora: Ikea no ha redecorado su vida) y con lo que sobra del cocido, tu abuela y yo nos hacemos unas croquetas para el día siguiente; Y ahora dime: quién es más ecologista, tú o yo? ".

   El abuelo, si duda alguna. Y el nieto, que le sobrevivirá  treinta años por lo menos, vivirá en un espacio que se habrá convertido en un cementerio de pantallas de plasma, auriculares rotos, cables y tabletas miles y demás restos de feria. Hace unos días recibí de una amiga, vía Facebook la siguiente frase extraída de una página web:

"sólamente cuando el último árbol esté muerto, el último río esté envenenado, y el último pez esté atrapado, entenderemos que no se puede comer dinero"

   No habla de la basura, pero viene al cuento. Buenas noches.




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