lunes, 1 de octubre de 2012

Amigos, qué fortuna es tenerlos!

    He pasado el fin de semana en una playa de esas donde buscaban al soldado Ryan. Mi familia, unos amigos y yo buscábamos no se qué pájaro raro (ya saben ustedes de mi poco interés por el reino animal) y unas focas que parece ser que se aparcan en la costa con la marea baja: no vimos ni al soldado Ryan ni a las focas de turno, pero lo pasamos muy bien y nos dió el primer sol del invierno, que siempre es de agradecer. Y sobre todo, vimos a un querido amigo y a su prole, que ha crecido con la nuestra, para lo cual nos chupamos 700 Kilómetros en dos días con sus correspondientes pérdidas y desvíos, porque ya saben ustedes también que yo soy alérgica a los cacharros informáticos y que, por supuesto, no tengo GPS. No es un precio muy alto por  ver a un amigo al que no se ve desde hace tres años por esas vueltas raras que a veces da la vida, sobre todo si es alguien  con quien se han compartido momentos muy intensos de nuestras existencias respectivas.

    Días antes de ese viaje, me acerqué hasta el nuevo apartamento de una amiga que ha mudado techo y comenzado vida nueva, con la ilusión de darle a ella también un poco de ánimo y de paso, de la pila alcalina de la que yo a veces estoy sobrada; y allí me junté con otro puñado de buenos amigos que, supuestamente íbamos todos a lo mismo, y a llenarle la casa de flores, que a ella le encantan.

   En pocas semanas pasaré unos días en mi ciudad natal entre otras cosas, porque una amiga muy querida cumple cincuenta (ayyyyy! como se nos va acercando el medio siglo) y aunque a ella puede que le fastidie que yo se lo recuerde con mi presencia,  yo no puedo no estar por una simple razón: porque ella  ha estado en mi vida y yo en la suya en casi todos esos años vividos, hablados, bailados, bebidos, trasnochados  y apurados hasta la última gota. Y no se si así será para otros cincuenta, porque no llegaremos, pero por lo pronto, ojalá que pasemos unas cuantas décadas más juntas.  

    Y cuando llegue noviembre, y ya no quede ni una hoja colgando de los árboles, y los días se acorten hasta la desesperación, toca que nos visite nuestra amiga de Buenos Aires, amiga quizás no de tan larga andadura, pero sí de años decisivos, pues de ella aprendí buena parte del oficio de locos con el que me gano la vida. Nuestra amiga bonaerense  pasa por acá un par de veces al año,  puntual a su cita como los cometas. A ella la espero especialmente porque en su anterior órbita me pillo a mí fuera de la mía y no la pude ver. Nos reuniremos otra vez para comer, beber y cotorrear los sospechosos habituales  y brindaremos por la amistad, que es lo que ella nos pide siempre a los postres y que dicho así parece muy cursi, qué le vamos a hacer, pero es la frase que nos recuerda su presencia intermitente e imprescindible en nuestras vidas. A veces lo sincero sólo por serlo lo tachamos de cursi, qué crueles somos los humanos! 

    Cuando veo el programa que me aguarda en este calendario de visitas, idas y venidas, me digo que soy una persona muy afortunada, solamente por tener amigos, que parece que son gratis y los reparten por las calles, pero no. Los amigos se cultivan en tiestos de paciencia, y la ventaja de envejecer es verlos crecer junto a una misma y conservarlos...debe ser una de las poquísimas ventajas de envejecer!

    Les dejo con una canción de Juanes, que también puede parecer cursi y simplona porque como ya he dicho más arriba, lo único que es es...sincera. Buenas noches.

  

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