sábado, 15 de septiembre de 2012

En su hambre manda él

    Déjenme que les cuente una historia. Tiene que ver con un pequeño pueblo extremeño que he frecuentado mucho en mi vida y al que por razones personales le tengo cierto cariño.

    Alburquerque, provincia de Badajoz, 5600 habitantes y un 40 % de paro. El alcalde se encuentra cada día en la puerta de su despacho con varios vecinos que le piden trabajo, ayuda o ambas cosas; él lleva al frente del consistorio diecisiete años, la gente le conoce bien. El señor alcalde cree en las energías renovables, consigue los permisos y los terrenos para la instalación de cinco plantas termosolares (880 empleos durante las obras, 250 una vez en funcionamiento) y pone a medio pueblo desempleado a seguir formaciones en la materia. El pueblo se ilusiona. El gobierno cambia de signo, la crisis aprieta y un Real Decreto suprime las primas para las energías renovables. El proyecto se va al garete.

    El alcalde, que responde por Angel Vadillo, 48 años, tarda 22 días en hacer a pie el trayecto entre Alburquerque y Madrid, a dónde llega el 10 de abril para instalarse en un banco de la Castellana frente al ministerio de Industria y desde donde pide insistentemente ser recibido por algún responsable ministerial de lo suyo. El ministro Soria lo recibió el 11 de junio y a saber qué (o cuán poco) le contaría para que el alcalde comenzara una huelga de hambre que durado hasta el 9 de septiembre.

    El 10 de septiembre el subsecretario de industria lo ha recibido en su despacho. El alcalde, apoyado en una muleta y con treinta kilos menos, tiene aún esperanzas tras la entrevista de que la nueva política energética gubernamental no se olvide de las energías renovables, sector que es creador de empleo (se sabe) y vetado por las grandes compañías eléctricas (también se sabe). Los ministros son seres blindados a las emociones, pero una cosa es resistir a las presiones hambrunas de unos etarras o delincuentes comunes y otra muy distinta es que se te muera un alcalde de pueblo a la puerta del ministerio por no querer escuchar lo que viene a contarte: cómo aliviar las penurias de su gente.

    El 11 de septiembre el alcalde regresa a su pueblo y es recibido como un héroe por sus vecinos, a los que se limita a dar las gracias y decirles "no sabéis las cosas que he aprendido". La prensa lo llama valiente y él replica: "la valentía depende de a lo que uno le empujen las circunstancias". El que así habla es un hombre de una pieza, éste sí que ha conseguido hacer suya aquella frase de Madariaga que evocaba yo misma en estas líneas hace unos días: "en mi hambre mando yo".

   Y en estos tiempos recios en los que todos estamos hartos de nuestros políticos, tenemos el verbo fácil para atacarlos y estamos dispuestos a prescindir de gobernantes, de partidos, de diputaciones, de gobiernos regionales y si nos descuidamos hasta de votar; vean la utilidad de tener un alcalde, incluso un político, como Dios manda, votado varias veces por sus vecinos y que en vez de construir un auditorio, dos piscinas olímpicas y una pista de aterrizaje para helicópteros ha decidido pelearse por lo que él cree, con buen juicio, que va a traer pan para hoy y menos hambre para mañana. Si yo fuera de Alburquerque, señor Vadillo, tendría usted mi voto; como sólo paso por allí muy de vez en cuando, me contentaré con darle un buen apretón de manos si tengo la suerte de cruzarme con usted. Fin de la historia. Feliz domingo.

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