martes, 18 de octubre de 2011

Uno por uno igual a uno

   En la España en la que yo crecí ser hijo único era una rareza. La mayoría compartíamos los cien metros cuadrados que nuestros padres compraban  con hipotecas al 14%, con tres o cuatro hermanos, un abuelo remanente, una tía soltera que venía (decía ella) a echar una mano y algún que otro pariente de paso. Precisamente lo que más envidiábamos de los hijos únicos era que tenían un cuarto para ellos solos y que no hacían cola en el baño por las mañanas. También nos preguntábamos como pasaban las tardes de domingo sin tener que pelearse con los hermanos por la Nancy o el Exin Castillos.

   Los hijos únicos tenían fama de caprichosos y consentidos, quizás a veces exagerada por todos aquellos que no lo éramos. Sí era cierto que, cuando la economía doméstica lo permitía, eran niños polifacéticos que tocaban el piano, hacían ballet, jugaban al tenis y celebraban fiestas de cumpleaños bastante mejores que la media. También el paso de los Reyes Magos era más generoso.  Quizás la fama de malcriados no fuera cierta en todos los casos, conozco muchos hijos únicos con la cabeza convenientemente colocada sobre los hombros, algo que no hubieran conseguido si sus padres les hubieran consentido tanto como cuenta la leyenda. Pero sí es verdad que no tener que pelearte con los hermanos te priva de un buen entrenamiento para la vida de adulto. 

    Con el tiempo esos hijos únicos se han convertido en padres de familia, a menudo numerosa por reacción a su soledad infantil y son ahora ellos quienes se ocupan de su prole y de sus padres  que se han hecho  viejos,   y  mucho más viejos que lo que a su vez  lo fueron sus padres; y  que sólo tienen en el mundo al heredero universal para que les saque las castañas del fuego. Han pasado de ser hijos únicos a cuidadores también únicos; quizás la Ley de la Dependencia debería haberse acordado un poco más de ellos, y más ahora, cuando gracias a la aldea global los hijos se van a vivir a tres horas de avión, y no a tres manzanas de nuestras casas. 

  El problema es que lo que era una rareza en los años de "Cuéntame" empieza a ser un fenómeno corriente en los años de Facebook: los hijos únicos abundan y mucho, y si nadie lo remedia, serán ellos los que tengan que hacerse cargo de sus ancianos padres que seremos nosotros, que viviremos (esperemos) muchos años en otra ciudad, o incluso en otro país; con unas pensiones que vaya usted a saber quién nos va a pagar y con la ayuda de estos pobres hijos que todos dicen que van a vivir peor que nosotros...da miedo sólo de ponerse a pensar...

   

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