domingo, 22 de enero de 2012

La maldita ley de vida

   Estamos los cuarentones avanzados en muy mala edad. Nos toca recordar cómo se dividía por dos cifras y repasarnos la fotosíntesis a la vez que cuidamos de nuestros padres; cuando no nos toca también con ellos repasarnos la cartilla porque la memoria les va fallando o la han perdido del todo. Tener hijos y criarlos como Dios manda es un deporte olímpico, cuidar de ellos y de los padres al mismo tiempo, como les toca a muchos de nuestros coetáneos, son los doce trabajos de Hércules cada día. 

    Es ley de vida, nos dicen, maldita sea! Se nos mueren los padres y nos decimos que es ley de vida y que no queda otra...Y cuando se nos mueren los padres, aparte del vacío que nos dejan y de cerrar definitivamente eso que los españoles seguimos llamando nuestra casa (aunque es en realidad la de nuestros padres)  nos damos cuenta que una capa más de las que teníamos por encima se ha decapado y que la parca empieza a barrer a nuestros pies, porque la siguiente capa, si le hacemos caso a la dichosa ley de vida, somos nosotros, he ahí la gracia!

    Se nos mueren nuestros padres y a muchos como yo nos pilla la cosa a miles de kilómetros, dejándonos descolocados y con cara de póker, pensando por una vez qué carajo hacemos todos tan lejos y encima, en muchos casos, disfrutando de la lejanía. Se nos mueren nuestros padres cuando no eran tan viejos como para morirse y lamentamos que no nos hayan conocido más que como jovenzuelos descabezados y no como adultos responsables; o se nos mueren nonagenarios y bisabuelos y ya nos hemos acostumbrado tanto a su presencia que los creíamos inmortales. O no se mueren pero comienzan a viajar por todo el sistema planetario, y ya no nos conocen, o nos saludan como a las visitas formales, o se encierran en el mundo desconocido del Alzheimer y todos esos males que nadie sabe cómo curar ni  qué hacer con ellos y es como si la muerte ya les hubiera pagado el billete de ida. 

    En cualquier caso una faena. Y se me ocurre ponerme trascendente este domingo de enero, para que luego no se piensen ustedes que yo todo lo que se es blasfemar contra la Iglesia, hablar de los años '70 o contar historietas de marujas protestonas. Y porque uno de mis amigos vuelve mañana a trabajar después de que se muriera su madre, y se hará todas estas preguntas. Y como yo no soy una persona zen y además soy muy pesada, pues me las hago yo primero en alta voz para preparar el terreno; y de paso le mando un abrazo en forma de entrada de blog, que debe ser una manera muy moderna de mandar un abrazo. 

   Y para terminar una cita de Homero, queda muy culta pero además tiene mucha razón: "no hay nada tan dulce como la patria y los padres propios, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana la mansión más opulenta".

    Así es. Feliz semana a todos.

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