lunes, 14 de octubre de 2013

Para todos los públicos

    A mí me gusta el cine, supongo que como a mucha gente, pero lo que me gusta de verdad es IR AL CINE (con todas estas mayúsculas) y eso, ya no me queda claro si le gusta a tanta gente. Entre otras cosas, porque los dueños de los cines, los gestores de las productoras, los que administran la cultura y el público mismo en muchos casos, han hecho todo lo posible para que no vayamos: precios por las nubes, proyecciones que a veces dan asco, sonido que te perfora los tímpanos y está pensado para una proyección en asilos de ancianos sordos, circuitos reducidos para el cine de autor, versiones dobladas (en España) y venta de todo tipo de porquerías comestibles y bebibles que hacen ruido por sí mismas, obligan a hacer ruido a quienes las comen y las beben y dejan la sala como un estercolero, hay quién de más?

    Pues yo, a pesar de todo, voy al cine con gusto; es más, si por mí fuera mi única salida semanal sería para ir al cine, como las solteronas de la posguerra. El cine me ha dado mucha de la cultura que (creo que) poseo, me ha abierto la mirada y los horizontes de par en par, y me ha hecho soñar despierta como ninguna otra manifestación artística que yo conozca. E insisto, cada vez que voy al cine (y cada vez voy menos porque mi vida, como la de todos los de mi franja de edad es complicada) me digo que me compraré una pantalla de metro y medio cualquier día de éstos y que me pondré películas en mi casa...Aunque sé positivamente que no lo haré, porque comprarse una pantalla y un proyector significa aprender a usar ambas cosas y si no me he comprado un teléfono inteligente hasta que un desgraciado me robó mi viejo Nokia con teclas, imagínense todo lo que tiene que llover para que yo me meta en un Media Markt y salga con el proyector bajo el brazo!

    Me fastidian varias cosas de las salas de cine, aunque sin dudarlo, lo que más me fastidia es el público, sobre todo ese que llega tarde y pretende sentarse en la mitad de la fila de en medio, dando por hecho que todo el mundo se va a levantar; o aquellos a quienes sólo les falta encargarse una paella y un cuarto de pollo asado para comérselo según ven la película, a la vez que sorben con profundidad y empeño hasta la última gota posible del vaso de refresco, y que por supuesto lo dejan tirado todo por el suelo cuando se marchan; por no hablar de los que van al cine a hablar, de cosas miles que poco tienen  que ver con la película, de los que tienen el Whatsapp abierto que emite silbidos cada medio minuto o de los que sentados detrás de tí cruzán y descruzan las piernas sin parar propinándote la consiguiente patada en los riñones. Si a ésto se le suma el precio de la entrada, el del parking y lo que hay que pagarle a la niñera de turno para que se quede cuidando a tu prole, verán ustedes que el cine es un capricho bastante caro que, si uno no es cinéfilo, da bastante poca satisfacción a cambio de muchas incomodidades. La otra opción es ir permanentemente a la sesión de las tres de la tarde (las cinco en España) que es la que yo contemplo para mi jubilación.

    Todos estos inconvenientes los soportábamos antaño en aquellas proyecciones domingueras clasificadas "para todos los públicos", donde ya sabíamos que ir al cine implicaba muchas otras cosas que no eran estrictamente ver una película. Los padres nos llevaban a los hijos para tenernos un par de horas quietos y callados, los novios iban para besarse, los abuelos para salir de casa y las madres de familia para ver a los actores de Hollywood que, consideraban ellas, que eran lo que les hacía falta como hombre y que, justamente  no encontraban en casa. Y haciendo memoria, me doy cuenta que en aquellas sesiones de cine para todos, vimos muchas joyas cinematográficas, con menos ruido y menos molestias que a día de hoy. Aunque, por otra parte, lo del cine "para todos los públicos" ha desaparecido, porque lo que le gusta a los niños no nos gusta a los mayores y viceversa. O lo que está pensado para críos (véase, muchas de las películas de Pixar) nos gusta más a los padres y a ellos les va más la violencia gratuita de vengadores, comandos militares y juegos del hambre o la insoportable cursilería de las sagas de vampiros de nuevo cuño y musicales de colegio, que a nosotros nos horrorizan.

    Viene a cuento todo este rollo porque este fin de semana he visto "The Butler" (que espero que en España hayan tenido la decencia de traducir simplemente como "El mayordomo" ) una película más que decente y sumamente entretenida, en compañía de mi familia, en una proyección de media tarde donde, a pesar de ser una película para todos los públicos, el público era mayormente maduro (de mí para arriba) con la excepción de mi hijo adolescente, el único de la sala. Y con la excepción de una pareja de jóvenes en torno a los veinticinco que hicieron todos los ruidos posibles mientras se pegaban un banquetazo de Nachos con salsa de Huacamole y que, por supuesto, abandonaron a medio comer tirados por el suelo con su salsa incluida. A mi hijo le encantó la película y ahora lo quiere saber todo sobre Kennedy y Martin Luther King, a la pareja de guarros espero que no les haya gustado nada, porque así por lo menos podremos confirmar lo que hemos dicho más arriba...

    Y si quieren saber de cine, no me sigan a mí, sigan a mi amigo el lúcido bloguero, que él si que sabe! www.cinealdesnudo.com.

  

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