miércoles, 9 de octubre de 2013

Reunión de padres

    Habrá quien se pregunte donde me he metido desde hace una semana, y puede ser que los lectores habituales piensen que he sido abducida por mi nuevo teléfono inteligente; pues de eso nada. He estado enzarzada con asuntos varios que me han tenido la cabeza ocupada y el tiempo dividido, y entre estos asuntos, priman los académicos, como buena madre de dos escolares que soy. En esta época del año toca entretenerse con un asunto llamado "reunión de padres" que consiste en ir al colegio por la tarde-noche y apenas salidos del despacho; allí se pasa uno unas horas, te dejan sin cenar, te aprietan los zapatos que llevas puestos desde las ocho de la mañana, y con suerte consigues enterarte medianamente de quienes son los profesores de tus hijos. Estos profesores, amablemente te presentan su asignatura, el programa de la misma para todo el año, la hora de la semana en la que te reciben y atienden a ruegos y preguntas miles de unos padres que, por lo general, somos bastante pelmas. Al final de la sesión vuelves a casa al borde del coma diabético (de hambre) y cargada de dudas y de informaciones que a veces más que tranquilizar son motivo de taquicardia. Como mi santo esposo, además de santo es profesor, él a veces tiene que volver a uno de estos saraos en calidad de profe y no de padre, con lo cual por el mismo precio se lleva sesión triple...

    Cuando pienso en estas reuniones donde, por desgracia, tampoco nos libramos del Power Point, con turnos de preguntas donde se plantean hasta dudas de trigonometría y se intercambian direcciones de correo electrónico o páginas web donde encontrar temarios y fechas de exámenes, no puedo por menos pensar en unos instantes en mis propios padres y en el colegio de monjas donde me eduqué. Pienso en esos padres que se portaron ms que decentemente conmigo como padres pero a los que no imagino volviendo a casa como volví yo ayer cargada de papelotes y notas manuscritas donde se hablaba de gramáticas francesas y alemanas o de física nuclear. Es más, reto a cualquiera de mi edad a que me demuestre que sus padres conocían de antemano y con detalle las fechas de sus exámenes y los programas de sus asignaturas: no hay quién. Y ya no hablemos de las monjas, bastante más preocupadas cuando se reunían con los padres en sacarles los cuartos que en explicarles el programa de matemáticas de 2° de BUP. Lo único que explicaban con todo lujo de detalle era lo mal que nos portábamos.

    Ser padre de unos escolares de siglo XXI no es nada fácil y ya ni sé cuantas entradas he escrito en este blog sobre este sujeto. No insistiré de nuevo en la dificultad de gobernar a unas criaturas que ya viven gobernadas por Internet y el teléfono móvil. No sé muy bien si preocuparse cada día por sus deberes, por lo que hacen y no hacen,por los cuadernos que pierden y los exámenes que no repasan es el mejor servicio que podemos hacerles. No sé si estamos criando una generación de asistidos que se están acostumbrando a andar por las calles y a salir de noche ms pronto que nadie, pero que se echan a temblar ante el primer bache que encuentran por el camino, comenzando por los deberes. Insisto: no lo sé, y además creo que no lo sabe nadie. 

    Cada uno somos como somos y yo como madre soy del género "encimera" (no de cocina, sino de estar encima) y especialmente "encimera" con la cosa escolar. Tengo argumentos para ello: con la mala pinta que tiene el mundo últimamente, estos pisos que nos compramos en plena burbuja y que ahora no valen ni la mitad, nuestros sueldos sometidos a hachazos permanentes y unas pensiones que quién sabe si llegaremos a cobrar algún día, si es que alguna panda de chorizos de guante blanco no se las ventilan antes. Con todo ésto, digo, lo único que les vamos a dejar a nuestros hijos es una buena educación, en sus múltiples facetas. Y esa buena educación, cuando se trata de ecuaciones de segundo grado, del Cantar del Mío Cid y de los verbos irregulares ingleses, se requiere estar encima. Nuestros padres no lo hicieron, porque en muchos casos tuvieron que atravesar el desierto de la posguerra sin saber dividir por más de dos números. Muchos de nosotros hemos llegado un paso más adelante y me atrevo a decir que es casi un deber moral el procurar que nuestros cretinos herederos lo sean un poco menos el día de mañana.

    Ayer noche, después de mi segunda reunión de padres en menos de una semana me lancé sobre los sonetos de Shakespeare, que me ayudan a coger el sueño desde hace una semana, y leí el que les dejo a continuación (sólo les dejo la mitad) como si una mano inocente lo hubiera puesto en mi camino:

"Al tiempo que tú menguas crecerás
en uno de los tuyos, al que dejas;
la savia que, de joven, sepas dar
será tu propiedad cuando envejezcas.
En ello hay sensatez, belleza, aumento;
sin ello, necedad, vejez, estrago".

    Siempre hay que volver a los Clásicos...

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