domingo, 22 de diciembre de 2013

Luz de gas

    El día de hoy es el más corto del año, que aunque lo estudie cien años seguidos nunca recordaré a bote pronto si eso se debe al solsticio o al equinoccio...Solsticio, me chiva mi hijo, que prueba con ello que la lección de la rotación de la tierra o se la enseñaron mejor que a mí o simplemente es más inteligente que su madre.  Me alivia pensar que a partir de hoy (magro consuelo) los días dejarán de menguar como los ahorros y comenzarán poco a poco a añadir minutos de luz, y con suerte para los del norte (los demás lo tienen gratis) minutos de sol. Porque el invierno no ha hecho más que empezar señoras y señores, hasta ayer era otoño, aunque no nos lo pareciera.

   Y este día más corto del año es para los españoles el día de la lotería, acontecimiento que yo solía seguir con atención y que no sé por qué razón ha dejado de interesarme, aunque siga siendo la noticia más divertida del único Telediario del año que merece la pena ver íntegramente; porque siempre, entre mucho descerebrado  con botella de cava en la mano, aparece alguna que otra historia conmovedora. Recuerdan el señor que se quería arreglar todos los dientes del año pasado? Pues este año, mi Oscar particular de las historias de loterías va para ese emigrante que llegó a Tenerife en patera en el 2006 y que daba gloria verlo contar cómo había comprado su participación en una gasolinera y lo que iba a hacer con los 125.000 euros que le han tocado: cuánta sensatez comparada con los descerebrados anteriormente citados. Luego habrá quién diga que esta gente no se integra en las costumbres locales. A mí no me puede tocar nunca porque no juego; y no juego porque se me olvida jugar, que es algo que no debieron dejar bien apuntado en mi ADN mis antepasados, lo cual es curioso porque entre ellos tuve unos cuantos ludópatas; caprichos de la genética...O porque con todo lo que la vida me ha dado debo considerar que ya me tocó, vaya usted a saber. 

    Y con este día de luz mortecina les voy a dejar en una tarde que para, qué les voy a ocultar, no me traído nada que pueda inspirarme, más que esta semi-luz que nos alumbra a mediodía y que se ha convertido en noche cerrada antes del té de las cinco. El título de la entrada se lo he cogido prestado a George Cukor, un grande entre los grandes, en una película donde Ingrid Bergman aún tenía acento sueco. Véanla, si no tienen nada mejor que hacer en este solsticio (o equinoccio? ) de invierno. 




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