jueves, 26 de mayo de 2016

Ciudadano contra catetos

    Tengo un amigo que ha dado un paso al frente y se va a presentar a las elecciones al congreso de los diputados. Verdaderamente, hay pasos al frente que son más bien un salto al vacío y por ello, mi amigo se merece no sólo mi amistad sino también mi más profunda admiración y respeto.

    Mi amigo, que es bastante más joven que yo, está  en esa franja de edad en la que se toman decisiones o se convierte uno mismo en decisivo. En realidad, esa franja de edad es la mía, pero como ahora padecemos todos de "juvenilismo" (el entrecomillado es mío porque me da que me acabo de inventar la palabra) pues la ardua tarea de hacer que las cosas cambien y se mueva lo inmóvil recae en los de cuarenta, porque los de cincuenta ya estamos para sopitas, según el sentir electoral. Ya le he dicho que lo admiro, porque además esta aventura tiene muchos más inconvenientes que ventajas: deja atrás un trabajo fijo y bien pagado, una vida cómoda y  bien construida en una capital del norte de Europa, una cierta rutina placentera, un entorno cosmopolita, amigos, aficiones;  y lo deja, insisto,  para hacer lo que muchos de los que protestamos por cómo anda de mal nuestro país y cuán ruin es nuestra clase (que no casta) política no somos capaces de hacer: ponernos nosotros mismos manos a la obra para cambiar lo que no funciona. O al menos intentarlo. Y como no son buenos tiempos para la lírica, y mucho menos para la política, ahí está lo admirable de la gesta. 

    Intentando ponerme en su pellejo, y teniendo en cuenta que su ciudad de destino es vecina de la mía, me imagino perfectamente estrechando manos por la calle y visitando mercados y plazuelas; proclamando un amor infinito por la tierra que me vió nacer, porque lo tengo, y  declarando por mi honor que vengo a intentar mejorar la vida de mis conciudadanos. Me veo escuchando las quejas de pensionistas y amas de casa, de parados de larga duración y jóvenes desesperanzados, de agricultores y ganaderos y de pequeñísimos comerciantes frente a Mercadona y el Corte Inglés, que es lo que va quedando en nuestras capitales de provincia. Me veo perfectamente contestando preguntas de oyentes en la radio y ante las cámaras de la televisión local, recorriendo pueblos mañana y tarde y contemplando mi foto pegada en las farolas y muros desconchados; a pesar de que todos pidamos una campaña de bajo coste, alguna foto del candidato hay que poner en alguna parte, digo yo! Sobre todo en esas ciudades meseteñas donde los jubilados, analfabetos digitales buena parte de ellos, son casi el cincuenta por ciento de la población. Creo que a todo eso podría llegar, no digo que divirtiéndome, pero podría. 

    A lo que yo no podría llegar es a esa otra parte desagradecida y oscura de la política, en la que hay que cultivar anchas espaldas y estar preparado para todo tipo de puñaladas que a veces vienen del ángulo que menos te esperas. A ese otro capítulo desagradable que el Nuevo Testamento resolvió diciendo que pusiéramos la otra mejilla (San Mateo 5, 38-42) pero que incluso a los que presumimos de templados y tolerantes se nos hace difícil; a no perder las formas ni las maneras aunque a tu alrededor no haya más lenguaje que el soez y tabernario. Y aún le quedará el salir en la prensa cada día, porque para eso uno es candidato,  y ver cómo te insultan facilmente los que no te conocen y te recuerdan que no vives allí desde hace tiempo e incluso te echan en cara que seas un tipo inteligente, políglota y bien preparado. Ay sí! En el fuero interno de buena parte de los que votan (e incluso de los que ni votan pero se quejan) siempre hay una cierta preferencia por el casticismo mal entendido: votamos a uno de los nuestros, amargado y cateto, y probablemente ávido de medrar y susceptible de corromperse. Más vale cateto conocido que ciudadano competente por conocer. 

    Deseo que las anchas espaldas de mi amigo soporten todo lo tremendo e injusto que tiene la política y le den una satisfacción en forma de escaño. Independientemente de si estoy de acuerdo o no con sus ideas y las del partido por el que se presenta, creo que es un hombre honrado, capaz y deseoso de servir a sus conciudadanos. Hay un librito que le convendría en esta coyuntura, lo escribió  Quinto Tulio, el hermano pequeño de Cicerón, en el año 64 para ayudarle en su campaña electoral para el consulado romano. Se llama "Commentariolum petitionis", pero no se me asusten, hay una traducción al castellano publicada por la editorial Acantilado en el 2003, con el título de  "Breviario de campaña electoral". Si puedo se lo haré llegar, y de él se sacan perlas como ésta que les dejo: 

" si pones en práctica lo que generosamente te han concedido la naturaleza y el estudio, y si haces lo que las circunstancias exigen de tí, lo que puedes y lo que debes, no te será difícil hacer frente a unos rivales cuya fama por sus vicios es mayor que por sus virtudes". 

    Suerte Diego, la vas a necesitar y además, te la mereces.

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