jueves, 19 de mayo de 2016

El empacho

    Yo de pequeña era una glotona, comía tanto como respiraba y claro, más de una vez los atracones me pasaron factura; aún recuerdo uno de rosquillas fritas que me dí en casa de unas primas y que aunque debía tener unos diez años arriba o abajo, consiguió que no las haya vuelto a probar hasta la fecha. No se crean que me he curado; sigo siendo, tendencialmente, bastante glotona, pero cierto sentido estético y de la salud me impiden dar rienda suelta a mi ser natural devorador.

    Afortunadamente, hay muchas cosas en la vida de las que empacharse sin tener que pasar por los molestos entripados y sus consecuencias. En los últimos cinco días, y aprovechando una fugaz visita a mi tierra me he empachado de muchas cosas que no engordan y que, a pesar de todo,  te dan bienestar. El contacto con las piedras y su historia: las ciudades monumentales de la Meseta castellana son una biblia en piedra que no me canso de leer e interpretar;  según la luz del día me van contando unas cosas u otras y según me voy haciendo mayor comienzo a entenderlas mejor que nunca, e incluso a echarlas de menos cuando no las tengo cerca. Me he empachado de amigos, de esos que conozco desde que aprendimos a leer juntos, que no piden cuentas ni se molestan si no les llamas o les felicitas su cumpleaños; de esos con los que me bebí mi primera caña y me tomé mis primeras patatas bravas; y no puedo decir de esos con los que fumé mi primer cigarrillo porque nunca he fumado, aunque ellos sí lo hacen  abundantemente, y tampoco se molestan cuando les ruego que lo dejen antes de que se les quemen los pulmones por dentro. Me he empachado de sol, sin por ello tener que broncearme, y de gente que habla y habla por las esquinas, y de fruteras y pescaderos que te venden el puesto entero a la que te descuidas y les das carrete. 

     No todo es espiritual, no crean, también me he empachado de pan en el desayuno, de esas hogazas de pan blanco que sólo saben hacer y cocer en Castilla, y de pimientos del bar de mi amiga Merce y del tocinillo de cielo de mi madre, que  lleva treinta años probando recetas y, eureka! parece que ya por fin ha dado con una que es infalible, de lo cual doy fe.

    Pero el empacho es muchas veces molesto, y por desgracia, de este viaje a la patria he vuelto empachada de política (si es que no lo estaba ya) y de vuelta la burra al carro de las elecciones, con cuatro jinetes del apocalipsis que se presentan de nuevo como si tal cosa sin media reflexión de todo lo que ha ocurrido, y de todo lo que han dicho y estropeado en estos seis meses. El sábado pasado pasé por Avila y a punto estuve de parar en la Catedral,  bajarme del coche e ir a echar un rato a la tumba de Suarez y contarle con calma todo lo que nos está pasando; más que nada para evitarle que se revuelva él en su propia tumba! También me he dado un empacho de Almodóvar; o dicho de mejor manera: he ido a ver "Julieta" y he decidido que con Almodóvar he llegado al punto del empacho y que ya no voy a ver ni una más de las suyas, porque le perderé el respeto y la admiración que le he profesado hasta "Los abrazos rotos", a partir de la cual, no da una el hombre. 

    Ya ven ustedes que empacharse, de según qué cosas no es malo. De las buenas, se soporta hasta el cólico subsiguiente;  de las malas, ni medio retortijón. Llegando a ciertas edades una empieza a ser selectiva.

   

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