domingo, 5 de junio de 2016

Carta a un niño que no será futbolista

    Tanto hablar de mis herederos sin decir ni una palabra de mis sobrinos, que también los tengo, y de variadas edades. Uno de ellos es un chaval de apenas doce años, despierto y de buen  carácter, al que le gusta preguntar el porqué de todas las cosas, comer sin medida y ver películas de los héroes de Marvel con su tía, que soy yo. Mi sobrino tiene que hacer más deporte, pues como el 90% de los de su edad, pasa demasiadas horas empantallado y sus padres, con buen juicio, decidieron que podría jugar al fútbol la próxima temporada, porque es un deporte de equipo, se corre mucho y, en general, gusta a la chiquillería. 

    Antes de que se acabe el curso, ha habido que llevar a la criatura a hacer varias pruebas en el equipo de su barrio, o del barrio de al lado, que tanto da. Ya que haya una prueba de admisión me parece inaudito, pues se supone que a esas edades todos y todas saben correr y darle patadas a un balón, que en resumidas cuentas es de lo que se trata, amén de hacer ejercicio y divertirse y, de paso, aprender ciertos valores que el deporte te enseña para la vida: el compañerismo, la solidaridad, el aceptar las derrotas, el valor del esfuerzo...Eso es lo que yo aprendí en los muchos años que jugué al baloncesto sin estar en absoluto bien dotada para ello y acompañada de una pandilla no mucho mejor dotada que yo pero que han resultado ser amigas para la eternidad. Perdíamos todos los partidos, pero de eso ni nos acordamos.

    Después de marearle con las pruebas, los sabios de turno le han dicho a mi sobrino que no está dotado para el fútbol, y que a esas edades los campeonatos son muy competitivos, por lo que iba a estar chupando banquillo todo el día y a desmotivarse rápidamente. Francamente, que a los doce años te digan que no estás dotado para el fútbol es como que te digan que no tienes dos piernas ni dos ojos para ver. Lo de los valores y demás para qué nombrarlo, ahora en Tercera Regional parece que juegan la Champions cada fin de semana. Eso ya no tiene remedio, porque entre todos hemos decidido que el fútbol sea negocio y no deporte; pero lo que siento es el disgusto que se ha llevado mi sobrino, a quién van dedicadas estas líneas que espero que lea algún día. Así que pasen cinco años.

    Querido Alejandro, 
hace unos días te has llevado un disgusto que no te mereces y que te dará una idea de qué ingrata es la vida cuando se lo propone. Te han dejado con las ganas porque los equipos de fútbol, incluso los infantiles, se han olvidado que más vale jugar que competir, y que aún compitiendo, no es necesario ganar. Aunque, bien pensado, puede que te hayan hecho un favor. Imagínate el frío que ibas a pasar en mitad del terrible invierno de la meseta castellana entrenando de noche y jugando en esas mañanas de invierno a bajo cero. Piensa que además con esas pretensiones, probablemente tendrías que soportar a un entrenador gritón, a unos compañeros irascibles y lo que es peor, a unos padres aún más gritones jaleando desde la grada, convencidos todos como están de tener a la Pantoja del balompié metida en casa. 
    En otro orden de cosas, y si el fútbol hubiera sido un don en tu caso, piensa en todo lo que te vas a ahorrar en peluquería y tatuajes. Porque no se puede ser estrella del fútbol si no tienes el pelo cortado como el seto de un jardín barroco o sin tener todo el mapamundi dibujado en el cuerpo, acompañado de caligrafías chinas y frases en latín que, como no vas a ser futbolista, ahora sí las vas a entender. También te libraras de ciertos vicios un tanto feos: poner zancadillas, protestar las decisiones que no te gustan y sobre todo, escupir: a ver quién me explica porque yo puedo correr media maratón sin escupir y los futbolistas lo hacen tres veces en cien metros!
   Te librarás de que te persigan las misses y presentadoras, de que comercien contigo como si fueras un pedazo de carne los que ganan millones a tus expensas, y de tener que anunciar champús y seguros de vida. Podrás ponerte las zapatillas de la marca que más te guste y a los 35 años no tendrás que aprender de nuevo a vivir una vida de verdad. 
    Ya ves...Lo mismo no has perdido gran cosa, y estoy segura que tus padres te encontrarán un deporte menos idiotizado donde aún sea verdad aquello de que lo importante es participar; eso aprendimos nosotros de niños, en un tiempo en el que los de metro cincuenta jugaban al baloncesto y las gordas hacían gimnasia rítmica. Y recordando a uno de nuestros héroes favoritos, piensa en el Capitán América, mira como era un tirillas  en el primer capítulo y mira como sale en la última película! Te aseguro que el deporte no es eso que te ha decepcionado, sino algo cien veces mejor. 

   Te quiere, tu tía Concha.

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