jueves, 2 de junio de 2016

Concierto sedante

    Hoy llevo todo el día con una película metida en la cabeza. Se trata de "Breve encuentro", una de esas antiguas que tantas veces veíamos y volvíamos a ver con nuestros padres. Rodada en 1945, cuenta una historia bastante simple y algo ñoña de un hombre y una mujer que se conocen en una estación de tren, comienzan a frecuentarse en los vagones donde coinciden, se enamoran y se dan cuenta que lo suyo es una historia imposible. Así contada parece una más de las muchas que Hollywood producía como churros en aquellos años, si no fuera porque la dirigió David Lean, le dieron un premio en Cannes y tuvo varias nominaciones a los Oscars. Casi cuarenta años más tarde, Hollywood hizo una nueva versión con Meryl Streep y Robert de Niro, llamada "Enamorándose" que, a pesar de retomar la historia y darle los papeles a esos dos grandes actores, pasó por las pantallas, y por mi memoria cinematográfica sin pena ni gloria. Buena parte de culpa tuvo David Lean, que era un fantástico director y se le ocurrió utilizar con no poco acierto y sabias dosis en las escenas clave, el concierto N° 2 para piano y orquesta de Rachmaninoff; una obra maestra,  romántica, cautivadora y sugerente que yo descubrí gracias al cine y que nunca me he cansado de escuchar. Aquí les dejo una escena:


    Hoy llevo todo el día con la película en la cabeza, porque ayer, después de un día movidito con visita al hospital incluida, me regalé con un fantástico concierto de la Sinfónica de Pittsburg que acompañaba al pianista ruso Trifonov tocando el susodicho concierto. Después, dormí como una bendita, que es algo que últimamente no me ocurre.

    Creo que la música rusa tiene sobre mi un efecto sedante, aunque haya cosas más tranquilitas de escuchar. Algo tiene que consigue paralizar mis alocadas neuronas y las deja en modo de espera durante un buen rato. Que por qué la música rusa? vaya usted a saber, pero si la música amansa a las fieras, la rusa del siglo XIX es la única que amansa la fiera que habita en mí, ya tiene mérito. Yo, con fondo de Tchaikovsky y compañía soy capaz de pasar el trapo del polvo a toda la casa o hacer las camas con sábanas de las de antes y dejar un embozo perfecto; por nombrar dos tareas que me resultan especialmente ingratas. Quizás si Almodóvar, aprendiendo de David Lean,  le hubiera puesto un fondo de Shostakovich a  "Julieta", ésta sería un poco más película y menos bodrio.

    Pero la gente ya no escucha música clásica o piensa que todo lo que es más antiguo que Raphael y Frank Sinatra es clásico. Digo yo que si la vendiéramos como un sedante, alguien escucharía esa música que alcanza más de doscientos años de antigüedad en algunos casos y que ya ni sirve como fondo en las consultas de los médicos: mi dentista anterior (ya jubilado) la ponía sin descanso y alguna vez con la boca abierta y la anestesia por hacer efecto pude hasta comentar con él la pieza que oíamos! Ahora, tengo un abono de conciertos a los que voy feliz por lo que escucho y aún más feliz de sentirme una criatura bisoña, y juvenil,  vista la edad que tienen todos los que se sientan a mi alrededor.

    Estamos perdiendo la batalla de la música como ya perdimos la del cine en blanco y negro, la de la lectura y la tertulia o la de los mensajes de voz en el teléfono. Yo les dejo mi concierto de ayer, si cierro los ojos aún lo escucho. Sólo el primer movimiento, once minutos para ser exactos, así hacen ustedes ganas de ver el resto. 






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