domingo, 19 de junio de 2016

Niño bueno, niño malo

    De vez en cuando hablo con mi madre y me quejo de mi progenitura. A ella le parece muy mal porque son sus nietos y los adora, y para remachar el clavo suele añadir que antes las mujeres teníasn seis hijos y no se quejaban tanto. Para callarla (que no es fàcil) suelo añadir que las mujeres antes criaban seis hijos sin Internet, sin redes sociales y sin teléfono móvil...Fàcil, comparado con lo de ahora,  y con toda esa cacharrería faltàndonos al respeto. Dos hijos hiperconectados equivalen en trabajo y quebraderos de cabeza a media docena de los de antes. 

    No me canso ni me cansaré de proclamar, insistir y quejarme de las nuevas reglas de juego que ha traído Internet a nuestras vidas, sin por ello dejar de reconocer todo lo bueno que tiene. El problema es que la red va mucho màs deprisa que nuestras humildes cabecitas, que cuando ya nos hemos acostumbrado a no hablar por teléfono y mandar mensajes de texto, resulta que ya se han pasado todos al Whatsapp y que cuando por fin lo descargamos, resulta que ya se han  pasado los demàs  a Telegram y así sucesivamente. Las cabecillas adolescentes siguen todos estos cambios con mayor agilidad tàctil que nosotros pero también con menos sesera.

    Todo es màs retorcido desde que Internet se metió en el patio del recreo. Los litigios que antes se resolvían a gritos, a pares o nones y hasta como mal menor, a bofetadas y roturas de gafas, ahora se resuelven en Instagram, o en Telegram, o en cualquiera de esos inventos del maligno y claro, sobra decir que no se resuelven sino que se enquistan, se pudren y a veces hasta derivan en cosas muy gordas;  a los adolescentes refractarios al lenguaje escrito, parece que escribir "puta" les cuesta bastante menos trabajo que pronunciarlo en la cara de la víctima. Quien dice "puta" dice "cabrón" y  como no,  "maricón", que es una palabra de mal gusto que parecía superada porque hemos aprobado el matrimonio homosexual y tenemos amigos gays por docenas, pero los niños son muchas veces bastante menos tolerantes que sus padres.

    Los nińos desean  ardientemente dejar de serlo, cada vez con màs premura, cada vez con màs ansia, pero son niños hasta los 18 años, legalmente, y de cabeza, algunos siguen siendo niños varios años màs. Los adolescentes que en este momento nos amargan la existencia a unos cuantos de mis coetàneos son niños también, descabezados y rebosantes de hormonas, pero niños al fin. Y entre ellos hay la misma simple división de buenos y malos que había en las películas del Oeste. Los malos se portan mal con sus semejantes pero pretenden ser buenos porque llenan de elogios y piropos gratuitos sus diàlogos cibernéticos: la misma niña buena que te dice "eres la mejor", "qué guapa estàs" o "somos las mejores BFF" (para los no iniciados, Best Friends Forever) es la misma que escribe "puta" en una pantalla con todas las teclas del odio activadas. El mismo que te manda un emoticono con el pulgar hacia arriba es el que te llamarà "maricón"  en su red social si se te ocurre ponerte una camiseta rosa o peinarte según de qué manera. El niño malo del siglo XXI no es un matón pendenciero con el puño siempre  preparado al que unos buenos maestros podían localizar, castigar y escarmentar sin problemas; no, el niño malo de ahora, por encima de todo pretende aparecer como un
niño bueno, y guarda sus maldades para ejercitarlas en Internet.

    A fuerza de querer ser todos buenos, los malos tienen banda ancha para hacer de las suyas.Antes encontràbamos a los niños malos en el patio del colegio, frecuentemente con las manos en la masa, los castigàbamos y en la mayoría de los casos, se redimían. Ahora, como solo son palabras en una pantalla, que además ni siquiera son palabras escritas sino que se las lleva el viento en forma de mensaje autodestruido, los malos que parecen buenos, campan por el hiperespacio y se juntan con otros malos de apariencia angelical. Se llama ciberacoso, hay expertos miles que hablan de ello, es tan frecuente en los colegios como los piojos, con la diferencia que a los piojos todos quieren eliminarlos y a los ciberacosadores no. No sé si yo fui una niña buena; en cualquier caso al crecer no he resultado mala o no peor de lo que pude ser, en aquellos gloriosos patios de arena donde las diferencias se arreglaban hablando...O a tortas. 

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