martes, 14 de junio de 2016

Toro salvaje

    Hay mañanas de lunes en las que, aparte de que llueva y el cielo parezca de otoño, uno se echa a la calle diciendo como Serrat, incluso cantando "hoy puede ser un gran día", que es la canción de los optimistas irredentos que por desgracia hizo suya un anuncio de compresas y tampones y la fastidió para siempre. Como sustitutivo se puede poner como banda sonora  "My favourite things" que ésta, como es de Julie Andrews, sí se la van a tragar ustedes ya que les ahorro la de Serrat: 



Esas mañanas de lunes,  tienen buena pinta y uno las empieza tomándose un café en buena compañía, a pesar de que nos aguarda una semana de varios madrugones y ajetreos muchos,  a pesar de que los lunes no nos gusten y que llegados a esta época del año el cuerpo nos pida sol y tumbona playera. A pesar de que las semanas a veces parecen tener seis lunes y solo un domingo; y de que algunos ya vamos pensando más en la jubilación que en la reválida.

    En esas mañanas, los optimistas nos echamos a la calle vestidos de oro y grana, o de azul cielo, dispuestos a que pasen cosas acordes con nuestro optimismo: si no nos toca la lotería, al menos que no nos pongan una multa de aparcamiento; si el niño no es de sobresaliente, que al menos le salga un examen apañadito; si hay que hacer la compra, que tengan fresas a buen precio; que gane España a los checos y que salga el sol, por Antequera, o por donde quiera. La cosa se tuerce cuando nos damos cuenta los optimistas que nos hemos echado a la calle, o incluso, a un plaza a torear una vaquilla, y que lo que sale por los toriles es un morlaco de Miura con los cuernos sin afeitar.

    Hay mañanas de lunes que dan paso a mediodías agitadas y a tardes en las que nos preguntamos para qué nos habremos levantado de la cama, por no entrar a pensar en que para qué habremos hecho varias de las cosas hechas en los últimos veinte años. Los que vamos por la vida toreando vaquillas con la alegría del novillero debutante no siempre sabemos calibrar cuando va a aparecer el toro de verdad y nos va a embestir. Y a los toros bravos, e incluso salvajes, hay que torearlos con templanza, que decía Juan Belmonte que es la paciencia de los inteligentes. Con templanza y a ser posible con compañía, porque los optimistas metidos a toreros, no sabemos torear solos, vaya usted a saber por qué. 

    Tengo pendiente una faena al alimón ante un toro negro, zaíno y complicado de torear. Mi compañero de capote es el mejor que podía haber encontrado, ese contra el que Forges te pone en guardia en sus viñetas cuando dice "hija mía no te cases nunca con un marido". Resulta que además de ser un compañero para la vida y un paño de lágrimas más grande que la sábana santa, es la única persona disponible a torear con vaivenes, viento en contra, sol y moscas. No diré más por ahora, tengo que concentrarme en las cosas que importan.
   

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