miércoles, 10 de mayo de 2017

Emmanuel

    Emmanuel significa en términos biblicos "Dios con nosotros". En términos políticos, y de supervivencia de cierta Europa en la que yo, y unos cuanto como yo creemos, significa, sólo por el momento, alivio. Alivio que comparto con ustedes, queridos lectores, que me reprochan últimamente estar muy vaga y escribir poco, que es verdad. Tan verdad como que apenas he seguido la (corta) marcha de Emmanuel al poder y sus refriegas televisivas con la rubia de bote. Razones? telemáticas. Hablen ustedes con el Ministerio de Educación y Ciencia (sección Universidades) y con la Universidad Nacional de Educación a Distancia (sección convalidaciones) y pregúntenles por qué para estudiar allí hace falta tener unos padres ingenieros informáticos o, caso de no tener esos padres, perder infinitas horas que se deberían dedicar al estudio en usar aplicaciones que funcionan a medias y rellenar formularios estúpidos. En ese negociado he perdido muchas horas y otras tantas neuronas en las última semanas.  Vuelvo a Emmanuel ahora que me he desahogado.

   Emmanuel es ese chico de increíbles ojos azules que está dispuesto a apencar con el marronazo de gobernar la ingobernable Francia, y no sólo porque tenga más de trescientos tipos de quesos (como dijo De Gaulle) sino, principalmente porque tiene 66 millones de franceses que lo son a conciencia y creen en la revolución como estilo de vida, porque para eso fueron los que la inventaron. Ponerse al frente de una tropa que cree en la libertad y se sabe su himno nacional de memoria es un ejercicio no exento de riesgos. Por lo pronto sólo sabemos que es joven, que apenas tiene partido político y que le gusta ir deprisa por la vida. Y si hacemos caso a la prensa (a la que me estoy cansando cada vez más de leer) lo único que ha hecho en la vida es casarse con su profesora de literatura; que le saca 24 años y le mira con ojos embelesados.

   Y digo yo, que casarse con una mujer mayor no sólo no debería ser noticia sino menos aún, parte del Currículum Vitae. Yo le alabo el gusto a Madame Macron; estoy felizmente casada y ojalá que por muchos años, pero si volviera a ponerme en el mercado del matrimonio, probablemente preferiría buscarme una criatura con bastantes años menos;  y no se me pongan malpensantes, porque sin ir muy lejos ni ponernos muy lascivos,  hay que reconocer que los y las de mi edad nos estamos empezando a poner muy pesaditos y más vale buscar la juventud divino tesoro en el cónyuge ya que la nuestra propia es irrecuperable. Y ya me dirán queridas lectoras, cómo decir que no a un chiquillo al que a los diecisiete años sus padres mandan al exilio de la capital y se despide de tí diciéndote: "volveré cuando sea mayor de edad y me casaré contigo". Yo sólo por hacer esa promesa y, por supuesto por cumplirla, ya le votaría. Al menos tenemos claro que cumple lo que promete!

   Y probablemente este Emmanuel, que no es "Dios con nosotros" pero ha llegado en un momento mesiánicamente oportuno, haya hecho en su corta vida cosas muchas y varias, y mucho más allá de casarse con su profesora de teatro; y ella parece una señora inteligente y capaz, que probablemente le va a corregir la dicción y repasarle los discursos de una forma que sólo los franceses y francófonos  profesores saben (creanme que sé de lo que hablo) y el amor, el cursi y por cursi verdadero, existe, incluso para las señoras que estamos entrando en ciertas edades maduras y luchamos con cada parte de nuestro cuerpo contra la ley de la gravedad. Olé tu madre,  Brigitte! Tú sí que sabes.

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