martes, 23 de mayo de 2017

Vida de funambulista

   La vida es un cable de funanbulista atado entre dos postes. A diferencia del equilibrista cirquense, los que transitamos por la vida haciendo los mismos equilibrios, y muchas veces cayéndonos, tenemos pocas ganas de llegar al otro poste. 

    El cable está tenso en los extremos, donde ofrece cierta estabilidad por la cercanía al amarre; como ofrece cierta tranquilidad la infancia donde siempre hay alguien que vela por nosotros; como la vejez, donde todo o casi todo ya está hecho o dicho y no queda nada  por demostrar. Es en el medio donde el cable oscila, se curva y se cimbrea y donde el experto funambulista con su percha larguísima hace todo lo posible por no caer de un lado ni del otro. Es en la edad madura cuando hay que tomar decisiones que nos hacen dudar, con derecho a caída;  donde el cable ya no nos sujeta sino que nos obliga sacar la percha, pedir ayuda, decidir a qué paso caminamos y con quién. Y cuando lo peor del cable flojo y de los equilibrios necesarios va pasando, lo que queda es acercarse al poste de llegada, donde nadie quiere llegar ni un minuto antes de lo necesario. 

    Cuántas decisiones hemos tomado bailando solos en un cable de funambulista? Cientos. Cuántas de ellas equivocadas? Unas cuantas, seguro; y cuántas acertadas sólo por casualidad? la mayoría. Cuántas veces, hasta que los metros de cable por delante se vayan agotando,  tendremos que decidir si por aquí o por allí, si lo hecho está bien o mal; si lo siguiente que nos va a pasar será bueno o malo o nos llevará al hoyo? Mejor no preguntárselo. Y cuántas veces caminamos por el cable con  paso decidido pensando ser dueños de nuestra existencia hasta que cualquier nimiedad nos hace perder el equilibrio? Alguna que otra.

   Hace meses mi hija me pidió acompañarla a un concierto de Ariana Grande. Me salvó la campana en forma de viaje familiar que coincidía con la fecha del concierto. Cuántas madres en Manchester hubieran preferido negarles a sus hijas e hijos el permiso, el dinero o la compañía para el concierto de anoche? Unas cuantas, seguro; porque las madres sabemos que acudir a los sitios donde se aglomeran las personas es convertirse en una diana con piernas en estos tiempos de terrorismo suicida;  pero nos callamos porque tampoco queremos que nuestros hijos crezcan con el miedo que estos locos han planeado inculcarnos. Ahora resulta que el viaje se nos está complicando porque Trump ha decidido darse un garbeo por los cielos europeos y el acontecimiento familiar que nos aguarda puede que hasta se celebre sin nosotros, nunca se sabe. Y Ariana Grande, hecha un trapo como es comprensible, ha anulado el concierto al que mi hija quería ir.

    Y al mismo tiempo, una amiga mía camina por un alambre tendido entre camas de hospital y quirófanos. No sé si tengo derecho a llamarla amiga en estos tiempos en los que Facebook ha devaluado tanto el significado de esta palabra. Digamos que es una compañera de trabajo a la que aprecio enormemente; y que en otro tiempo lejano incluso fue mi jefa y me resolvió una papeleta complicada de esas de caminar por el alambre; digamos que he disfrutado de su conversación y de sus palabras cariñosas en muchos ratos de esa actividad llamada "trabajo" donde nos pasamos la mitad de nuestras vidas. Así que creo que sí, que puedo llamarla amiga, porque ni siquiera es mi amiga en Facebook. Y  mientras ella camina por ese hilo delgado, peligrosamente, aquí estoy yo lamentándome porque no puedo hacer nada más. Y definitivamente, en esta vida no hacemos más que caminar por un alambre muy delgado e inestable. Y sin la habilidad del funambulista, para colmo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario