lunes, 29 de mayo de 2017

Tengo el corazón contento

    Ultimamente, las bodas son un tema recurrente en el cine, casi siempre en tono de chanza y casi siempre sin mucha pretensión más que divertir y sin reflexión sobre el matrimonio, que parece ser algo que no gusta tomarse a broma. De todas las películas sobre bodas que he visto en los últimos diez años, mi favorita es el episodio de la boda judía de "Relatos salvajes"  pero nada como la vida real para superar el cine, o mejor, para olvidarlo, y darnos cuenta de que lo que nos pasa de verdad es infinitamente mejor que lo que vemos en una pantalla, chica o grande. 

    Mi país de acogida me ha regalado un puente de cuatro días que hemos invertido en ir a casar a mi hermana pequeña, cuñada y tía, respectivamente. Les ahorro la romería rociera que hemos tenido que montar para llegar desde las brumas del norte hasta la meseta extremeña, visita de Donald Trump y cierre de espacio aereo incluido. Lo hemos pasado tan bien que hubiéramos ido a pie hubiera sido necesario! También les ahorraré descripciones de preparativos, vestidos y calzados, ceremonias, invitados, menú, baile  y demás asuntos sin importancia. Hoy, con el cuerpo molido por unos tacones que ya no sé usar, con muy pocas horas de sueño y la garganta tocada, con la maleta por deshacer y las fotos por descargar, me apuro a escribir estas líneas antes de que la felicidad almacenada se me escape por los poros que transpiran los 30 grados y 90% de humedad con los que hoy hemos amanecido. 

    La boda es la excusa. En poco más de 48 horas mi madre nos ha podido sentara todos, hijos y nietos en torno a una mesa sin que sea Navidad. Mis hijos se han escaqueado de tener a los pesados de sus padres machacándoles con tareas pendientes, y ésta que lo es, ha disfrutado de cada minuto gastado, vivido y respirado en su Macondo particular. Mi hermana ha visto como un montón de amigos han cruzado océanos y autopistas atascadas para estar a su lado en un día importante, y así, todos bien apiñados bajo un mismo techo, en esa versión tan típica de lo que es el "Todojuntismo" español yo me he dado cuenta que la familia, y el cariño familiar son drogas que, o te matan o te hacen más fuerte; o funcionan o son un desastre; o te gustan o los aborreces. 

    A mí este fin de semana me ha dado un chute de energía ver la felicidad de mi hermana, las caritas de mis sobrinos cuando ven aparecer por la puerta a sus primos, el empeño de todos por que las cosas salieran bien. Ver a mi tío el Comendador dirigiendo las operaciones como un auténtico profesional de las bodas, a mi otro tío, pasear su buen color y su buen humor a pesar de que vive gracias a un esófago de plástico; a mi tía Carmela, que para todos nosotros es una niña, pero que ya es pensionista; a mi marido, cámara de fotos en ristre, haciendo eso para lo que tiene un talento innato que es retratar a las personas en el mejor de sus momentos. Me ha calentado el alma hablar con mi Tita, que no tiene un panorama vital como para tirar cohetes pero no se encierra en sus miserias;  volver a abrazar a nuestros amigos de California, brindar con alcohol a la salud de Ramadán, abrazar a mis primos a los que vi por última vez echándose novia y que ahora son padres de familia; coger de la mano a la madrina Leo, que a pesar de casi perder la cara por un traspiés el día anterior, allí estaba ella para casar a su ahijada favorita. Ver de madrugada la sombra alargada de mi abuelo detrás de cada portón de madera de esa casa, que es para muchos de nosotros la casa que resume lo que somos, el lugar a donde siempre queremos volver. El resumen de mi infancia y de la mayoría de las cosas buenas que me han ocurrido después. 

    La boda era la excusa para encontrar todo ésto; y yo, como la canción que les dejo, tengo el corazón contento; en la suma de los días, tampoco podemos pedir mucho más. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario