jueves, 11 de mayo de 2017

La suma de los días (La chica de ayer, 9)

    A la chica de ayer se le va alejando la infancia como barco en el horizonte aunque ella, que presume de buena memoria, se duerme cada noche con algún recuerdo de ese paraíso perdido;  es algo que no puede evitar. Hay quien se toma un tranquilizante para dormir, ella ha encontrado en sus recuerdos de niña un remedio más natural y menos adictivo para conciliar ese sueño que, gracias de nuevo a los años que van pasando, a veces se le resiste. 

    Inevitablemente, a medida que el barco se va alejando, los recuerdos se hacen más borrosos, y hay que buscarlos en épocas más cercanas para no caer en la frustración que produce la desmemoria. En qué año te trajeron los Reyes aquella batería que tocabas desenfrenadamente? Cómo se llamaba el barquillero de la plaza? Era el día de tu comunión aquel en el que llovió a cántaros? O fue en el bautizo de tu hermana pequeña? Quién te compró tu primera bicicleta? Quién te regalaba los tebeos que te gustaban? Cuál era el nombre de cada uno de aquellos tios y tías abuelas que llegaste a conocer?  Hay veces que las preguntas requieren auténticas excavaciones en la memoria, y lo que es un juego para dormirse se convierte en una manera de perder el sueño! A veces es peor el remedio que la enfermedad. 

    También hay veces, pocas, en las que los recuerdos lejanos se despiertan ellos solos en mitad de la noche y se convierten en sueño, o incluso en pesadilla. Hace unos días la Chica de Ayer buscaba el nombre de aquella mujer de ojos claros, pelo recogido en una pequeña coleta y sonrisa perfecta en un tiempo en que las sonrisas de España estaban todas desdentadas. Sí, se llamaba Carmen, y era madre soltera, o puede que viuda joven, no lo recuerda bien. Su niña era rubia de ojos azules, también se llamaba Carmen. En las tardes de primavera, Carmen la recogía en su colegio, o puede que aquello ocurriera antes de ir al colegio, y jugaba con esa niña de ojos claros en un lugar que no era su casa, sino otra casa más lejos del centro, con un jardín delante...O quizás no era un jardín, sino un simple terraplén que el paso del tiempo ha convertido en una fila de adosados con derecho a Mercadona. Carmen vino esa noche a visitarla en su sueño, y desde entonces busca y rebusca en sus fotos, en sus recuerdos y en los surcos más horadados de su memoria una imagen de esa mujer, sin encontrarla. 

    Aquella precisa noche, en pleno sueño se despertó sobresaltada porque al dormirse apenas recordaba el nombre de esa mujer pero durmiendo, de repente,  recordó su voz cariñosa, las manos suaves que la vestían por las mañanas, los muchos besos y abrazos que le daba y hasta (y ahí fue donde se despertó sobresaltada) se la encontró en aquella misma casa del jardín que no era jardín,  más de cuarenta años después. La Chica de Ayer hecha una señora, Carmen, varada en el tiempo y con su misma sonrisa perfecta, y esas mismas manos que la vestían recorriéndole el rostro y diciéndole una y otra vez "mi niña"...Tres horas después sonó el despertador y de Carmen ya no quedó más que el recuerdo de su nombre.Y esa imagen de una mujer con cuerpo de anciana y la cara de treinteañera que le pasaba la mano por la mejilla y le decía "mi niña".

    Cuando los recuerdos se pierden en la noche de los tiempos hay que pensar que lo que va quedando es la suma de los días.Y nada más.

   

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