lunes, 31 de julio de 2017

El ruido por derecho

    Para suerte de mi amiga Guio, que quiere que le escriba una entrada cada día, sigo cerca de una wifi, no sé si por mucho tiempo. Y sigo dándole vueltas a una frase que me espetó una colega extranjera después de pasar unas vacaciones a caballo entre Madrid y Mallorca: "para los españoles, el ruido es un derecho humano". En aquel entonces, hace unos años, me pareció que exageraba; ahora me apropio de la frase y la suscribo pues, efectivamente, los españoles acatan un derecho humano no recogido en la Carta Internacional de los mismos que dice que uno hace ruido donde quiere, cuando quiere, a cualquier hora del día y (sobre todo) de la noche y que el prójimo se aguanta si le molesta porque haberse puesto él a hacer ruido primero. No creo que sean los muchos años de expatriación, aunque sin duda contribuyen, los que me hayan hecho llegar a tal conclusión. España entera es un ruido descontrolado y creo recordar, sin dejarme invadir por la nostalgia, que hace años, sin tanta legislación medioambiental por medio, no era así. 

    Uno entra en un bar y hay una televisión a todo meter que nadie escucha, porque es imposible con el ruido de la máquina del café que parece funcionar con un motor de avion, el camarero que seca platos y tazas y los deja caer de golpe sobre la barra uno a uno, el ciego que entra a vender los cupones, la máquina tragaperras que suelta su cancioncilla, los niños que gritan y los mayores que discuten; y todos a una, Fuenteovejuna, sumando  decibelios que tienen como culmen al camarero cantando los pinchos y tostadas que hay que sacar de la cocina. Y con suerte, habrá quien pida que se suba el volumen del televisor, que no se oye bien. 

    Las calles españolas las riegan a las siete de la mañana con unos compresores de agua que parecen anunciar el apocalipsis, el césped se corta en los jardines a la hora de la siesta y las ciudades de provincia reciben cada fin de semana una invasión de solteros y solteras que se despiden de su alegre  condición de ídems, cantando de madrugada "despacito" o llorando la borrachera a grito pelado. Las playas están llenas de jóvenes que hacen corro alrededor de esos terribles altavoces portátiles que escupen Reguetón a un volumen suficiente como para que se oiga en Siberia, los coches, a pesar de tener aire acondicionado, llevan  las ventanas bajadas para que nos enteremos cual es la música que le gusta al vaina que conduce, y la televisión del vecino se oye mejor que la nuestra propia. 

    Exagero? A lo mejor un poco, pero vengan a pasarse un verano a España, que es noche y día un país de puertas y ventanas abiertas, prueben a desayunar en un bar, mejor aún, en uno de carretera y se darán cuenta que en este mi querido país, efectivamente, el ruido no es una molestia, es un derecho humano! 

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