Estoy en mi casa del pueblo leyendo la última novela de Isabel Allende, cuyo título es la mitad de una famosa cita de Camus: "màs allá del invierno aprendí que había en mí un verano invencible". Permítanme un inciso: cada vez me gusta más Isabel Allende, aunque los críticos la pongan a caer del burro y los eruditos piensen que es una nueva Corín Tellado. Es quizás uno de los pocos escritores y escritoras que ha conseguido escribir una novela que me haya cautivado en cada una de las décadas de mi existencia; además de su actual compromiso con los emigrantes y su fascinación por la épica de la era colonial americana, cosas que comparto con ella, fin del inciso.
A lo que íbamos: hay en mí un verano invencible. Incluso este año, cuando parecía que el invierno y sus nubarrones se extendían más de la cuenta en forma de muertes de amigos, separaciones, olvidos, adolescentes tardíos, sin viajazo familiar por circunstancias varias y mes de julio por trabajar; incluso este año el verano ha acudido a su cita conmigo, soleado y caluroso como acostumbra, lleno de sitios por ver y amigos con quien charlar; lleno de churros, jamón y gazpacho, los tres alimentos que sacian mi hambre y reconfortan mi espíritu; de noches de cielo limpio y estrellado en la Meseta y con la promesa de muchos días de playa Atlántica por llenar. El verano es un amigo fiel desde hace muchos años, siempre acude cuando le llamo y pocas veces me falla. Yo soy buena con él (y con casi todo el mundo, vaya) y él, en justa correspondencia, se porta bien conmigo.
Hay un verano en mí, quizás, como decía Camus, invencible, porque siempre saca pecho por mí y me regala días largos, cariño familiar, confidencias a medianoche, mar ilimitado, música de flamenco, helados de limón y olor a jazmín. Es un verano en el que pienso continuamente cuando los rigores del invierno se ceban conmigo y me parece que el año sólo tiene dos estaciones: una que es una castaña y que hay que soportar y otra que es la que hay que vivir. Sé que exagero, que es la única figura literaria a la que podemos recurrir los que no tenemos talento literario, pero así es y si no, díganme por qué Ken Follett le pone como título "El invierno del mundo" a una novela sobre la Segunda Guerra Mundial y sin embargo, la canción que tarareamos en bodas y verbenas y nos sabemos todos es "Un rayo de sol" ...
En estos momentos, el verano que hay en mí está brotando cual fenomenal sarpullido y yo no pienso vacunarme contra él. A cambio, tendrán ustedes que ser un poquito indulgentes con la bloguera (sabes que lo siento, querida Guio) que no siempre tiene wifi y escribe en un teclado táctil donde se deslizan erratas como lagartijas. El verano invencible, en mi caso, demanda un poquito de desenganche tecnológico; yo se lo concedo porque volver a la caverna también es bueno para mí. Y a todos ustedes les deseo que, más allá del invierno, encuentren un verano a su gusto. Cambio y corto.
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