domingo, 30 de julio de 2017

El verano que hay en mí

    Estoy en mi casa del pueblo leyendo la última novela de Isabel Allende, cuyo título es la mitad de una famosa cita de Camus: "màs allá del invierno aprendí que había en mí un verano invencible". Permítanme un inciso: cada vez me gusta más Isabel Allende, aunque los críticos la pongan a caer del burro y los eruditos piensen que es una nueva Corín Tellado. Es quizás uno de los pocos escritores y escritoras que ha conseguido escribir una novela que me haya cautivado en cada una de las décadas de mi existencia; además de su actual compromiso con los emigrantes y su fascinación por la épica de la era colonial americana, cosas que comparto con ella, fin del inciso. 

    A lo que íbamos: hay en mí un verano invencible. Incluso este año, cuando parecía que el invierno y sus nubarrones se extendían más de la cuenta en forma de muertes de amigos, separaciones, olvidos, adolescentes tardíos, sin viajazo familiar por circunstancias varias y mes de julio por trabajar; incluso este año el verano ha acudido a su cita conmigo, soleado y caluroso como acostumbra, lleno de sitios por ver y amigos con quien charlar; lleno de churros, jamón y gazpacho, los tres alimentos que sacian mi hambre y reconfortan mi espíritu; de noches de cielo limpio y estrellado en la Meseta y con la promesa de muchos días de playa Atlántica por llenar. El verano es un amigo fiel desde hace muchos años, siempre acude cuando le llamo y pocas veces me falla. Yo soy buena con él (y con casi todo el mundo, vaya) y él, en justa correspondencia, se porta bien conmigo. 

    Hay un verano en mí, quizás, como decía Camus, invencible, porque siempre saca pecho por mí y me regala días largos, cariño familiar, confidencias a medianoche, mar ilimitado, música de flamenco, helados de limón y olor a jazmín. Es un verano en el que pienso continuamente cuando los rigores del invierno se ceban conmigo y me parece que el año sólo tiene dos estaciones: una que es una castaña y que hay que soportar y otra que es la que hay que vivir. Sé que exagero, que es la única figura literaria a la que podemos recurrir los que no tenemos talento literario, pero así es y si no, díganme por qué Ken Follett le pone como título "El invierno del mundo" a una novela sobre la Segunda Guerra Mundial y sin embargo, la canción que tarareamos en bodas y verbenas y nos sabemos todos es "Un rayo de sol" ...

    En estos momentos, el verano que hay en mí está brotando cual fenomenal sarpullido y yo no pienso vacunarme contra él. A cambio, tendrán ustedes que ser un poquito indulgentes con la bloguera (sabes que lo siento, querida Guio)  que no siempre tiene wifi y escribe en un teclado táctil donde se deslizan erratas como lagartijas. El verano invencible, en mi caso, demanda un poquito de desenganche tecnológico; yo se lo concedo porque volver a la caverna también es bueno para mí. Y a todos ustedes les deseo que, más allá del invierno, encuentren un verano a su gusto. Cambio y corto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario