jueves, 20 de julio de 2017

Mandados y mandones

    Facebook me ha recordado esta mañana cuando me iba a trabajar, que hace exactamente un año no sólo no trabajaba tal día como hoy sino que, además,  estaba subida a un helicóptero sobrevolando el cañón del Colorado...A veces habría que pedirle a Facebook que se ahorrara ciertos recordatorios, pues según te pillen con el paso cambiado, o se te saltan las lágrimas de emoción, o te dan ganas de tirar el aparato con su correspondiente pantalla a la basura. 

    No es peor mi condición este año que la del pasado, es simplemente otra cosa. Desde que habito en un nido vacío, me doy cuenta que hago, casi casi lo que me da la gana (con la salvedad de las horas laborables) y eso es toda una nueva sensación para mí. Porque a pesar de una cierta (e inmerecida ) fama de mandona que tengo entre mis seres queridos, resulta que no mando nada y encima, soy una perfecta mandada. Mi abuelo Clemente (un gran mandón por cierto) decía que no había nada más cómodo en este mundo que hacer lo que te mandaban otros que hicieras; porque para obedecer sólo hay que tener disciplina y mandar implica quebrarse la cabeza y pegar gritos, operaciones ambas un tanto desagradables.

   Hoy a la hora de comer, he compartido mesa (sin mantel) y confidencias con dos amigos con los que hemos rehecho el mundo y hablado de esa eterna adolescencia que empieza a los trece años y se acaba a los treintantos. Hemos hablado de esos adolescentes que nos obsesionan y no entendemos a pesar de lo que nos esforzamos en ello y creo que ahí radica la diferencia entre ellos y nosotros cuando éramos adolescentes y, probablemente nuestros padres tampoco nos entendían: nuestros padres no se esforzaban lo más mínimo por entendernos porque daban por hecho que mandar (como ellos mandaban) era suficiente y que nosotros obedecíamos, en espera de que algún día nos tocase mandar. Entonces el mecanismo era simple y ahora es complicado, y no sé si de esta complicación también le podemos echar la culpa a Internet.

   Nuestros adolescentes no aspiran a mandar, y quizás ahí radique buena parte del problema. Sólo aspiran a que les dejen hacer lo que les de la gana, algunos con esa molesta coletilla de "y qué pasa,  si no le hago mal a nadie".No aspiran a dar su opinión porque muchos de ellos pasan de votar, que ya es una manera de opinar y no quieren dirigir este mundo incierto y raro que se nos avecina sin comprender que si no lo hacen ellos, los que mandan  ahora, que ya son viejos, se perpetuarán en la poltrona de donde no habrá nadie que los desaloje. Y quizás entonces vean que obedecer, en contra de lo que decía mi abuelo, a veces no ni tan fácil ni tan agradable. Si esto es lo que nos ha traído el perroflautismo generacional, casi casi que estoy por evocar los gloriosos tiempos del Domund y los ejercicios espirituales.

    En estos apacibles días de nido vacío, en los que me encuentro rara por el simple hecho de hacer lo que quiero unas cuantas horas al día me pregunto qué se les pasará por la cabeza a estos chicos que aspiran a hacer lo que les da la gana a cualquier hora (eso sí, sin hacer mal a nadie) sin rendir cuentas, sin mandar y sin que les manden...Les deseo a todos fervientemente que despierten de su sueño y pongan los pies en la tierra antes de que venga un señor bajito y con bigote, o simplemente bajito y calvo, o con barba y vestido de chandall, o hasta con barba de medio metro y turbante y les diga cada día de sus vidas qué es lo que pueden y no pueden hacer...Y yo espero no vivir para verlo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario