martes, 29 de mayo de 2018

María Dolores

    Es curioso como la actualidad, por mucho que yo me resista, escribe este blog más que yo misma. Porque hoy iba a contarles (ya con un día de retraso) que he pasado el fin de semana practicando el arte de la nostalgia y el sano ejercicio de mirar atrás con una sonrisa, después de tantos años dedicada solo y exclusivamente a mirara hacia adelante. Vaya, que me encontré con muchos amigos y compañeros de Universidad después de treinta años sin vernos,  y cuando me disponía a contárselo a todos ustedes, aderezada la cosa con unas notas de cambio climático, pues en España corre el agua como una torrentera y en la Europa nórdica nos estamos achicharrando, va Maria Dolores Pradera y se muere. 

    Y por supuesto, la entrada de hoy tiene que cambiar de título, de tema y hasta de puntuación. O quizás no...Porque Maria Dolores Pradera es toda ella un ejercicio de nostalgia, y de mirar atrás con la misma sonrisa  con la que yo miraba el sábado los años vividos en la Universidad que me instruyó y que celebraba su cumpleaños número ochocientos. María Dolores (que así la llamaba mi madre, como si viniera cada semana a comer a nuestra casa) fue para muchos de nosotros la banda sonora de nuestra niñez, y así me lo han confirmado hoy, via redes sociales, muchos de mis amigos. Que también me han confirmado otra cosa: que todos la aborrecíamos en aquellos años pero que hemos terminado admirándola y cantando sus canciones por la simple razón que nos recuerdan a nuestros padres (a estas alturas muchos de ellos ausentes) que las cantaban sin desmayo.

     Yo asocio a Maria Dolores con largos viajes de vacaciones todos metidos en un Seat 124 sin aire acondicionado y con mi padre (por supuesto)  fumando dentro. Con carreteras estrechas llenas de curvas donde urgentemente nos apeábamos en pleno arcén para vomitar de puro mareo,  mientras dentro sonaban "la flor de la canela", "amarraditos", "paso de vencedores" o "Negra María" entre otras muchas perlas de la canción popular latinoamericana. Tanto y tanto vi, oí, y escuché tararear a María Dolores a mi alrededor en aquellos años que llegué a creer que todas esas canciones eran sólo de ella y que los guitarristas que acompañaban a las cantantes siempre  eran gemelos y por eso iban de dos en dos. Después descubrí que existían Lola Beltrán, Mercedes Sosa, Chabuca Granda, Chavela Vargas y tantas otras, que mi madre ninguneaba porque "como María Dolores, ninguna". 

    María Dolores eran los discos de Zafiro que se almacenaban en nuestros cuartos de estar, los ahorros dedicados a comprar entradas para unos recitales que, eran escasos porque sólo Raphael cobraba más que ella, la habilidad para cruzar musicalmente cuatro o cinco décadas de nuestra historia reciente sin perder nunca el buen gusto ni la compostura, la voz templada y un punto hombruna, los mantones como solo ella los sabía mover... Tantas pequeñas cosas acumuladas en la memoria que, cuando en el verano del 2013 planté mis pies en el famoso puente aquel de "del puente a la alameda" en el barrio de Barranco en  Lima (a la sazón, delante de la casa de Chabuca Granda) no pude evitar ponerme a cantar "La flor de la canela" con tal entusiasmo que mis hijos salieron corriendo en dirección contraria jurando no conocerme, pero un señora peruana que pasaba por allí me felicitó, qué caramba!

   Fueron muchos años con María Dolores marcando la banda sonora de nuestra vida. Muchos kilómetros de carreteras a golpe de esas cintas de dos caras que parecían no agotarse y sólo se callaban en las horas en punto cuando se oía el parte de Radio nacional; muchas madres que nos han acunado a golpe de "fina estampa" y reclamado noche y día que les devolviéramos el rosario de la suya. Y muchos años de cantar y oir cantar, ahora que parece que lo de cantar bien es lo de menos. Y como no podía ser de otra forma, les dejo una canción,  una de mis favoritas, que por supuesto, no es suya...Pero como María Dolores, ninguna. 


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