jueves, 3 de mayo de 2018

Un trio complicado (La chica de ayer, 16)

    No todos los tríos son sexo, mentiras y vídeos; los hay hasta familiares y de conveniencia: Julián, Bernarda y Socorro forman uno de ellos. Los dos primeros son hermanos y ancianos jubiladísimos; la tercera, rondando los cincuenta,  hija de la segunda y casi  paralítica por una poliomielitis infantil. Viven en un primero sin ascensor en un barrio de aluvión de una ciudad castellana;  60 metros cuadrados que Julián pudo comprar con lo que ahorraba de su trabajo de encargado en una finca de toros bravos y lo barato que le pusieron el crédito por haber hecho la guerra del lado de los que ganaron. La madre y la hija están encantadas de vivir en la ciudad después de cuarenta años de pasar noche y día arrebujadas a la lumbre y cocinando en ella migas y alubias pintas; al tío Julián no le parece ésta de ahora una vida tan cómoda ni tan bonita, pero a falta de casa en el pueblo, la jubilación vino con un aviso de ahuecar el ala de casa de los señores. 

    Julíán sale y entra, va a la compra, hace los recados, pasa todos los días por el hogar del pensionista donde lee gratis la prensa y se marcha sin hacer mucha tertulia porque no le gusta el fútbol y no entiende de política. La madre y la hija ven la televisión al tiempo que cosen y hacen arreglos para las vecinas y para más de una señora amiga de los antiguos patrones que aparece con encargos de sábanas que bordar, dobladillos de pantalones, abrigos que cortar y trajes que ensanchar. La vida en la ciudad es cara, y tampoco hay nada que hacer por las calles cuando no se han frecuentado durante más de cuarenta años. 

    Bernarda es la primera en marcharse de este mundo, dice la hija "de puro anciana que era" aunque acababa de cumplir ochenta. Tío y sobrina se quedan en ese primero sin ascensor, cada uno con su rutina, pero ahora si, con una preocupación. Julián no tiene herederos directos, y cuando hizo testamento se acordó (por casualidad dice él) de un par de sobrinos que ahora viven en Barcelona y que son hijos del tercer hermano, que ese sí que hizo la guerra en el bando equivocado y por eso acabó viviendo tan lejos. Si Julian muere, los sobrinos heredarían también esos pocos metros en los que Socorro, vive y cose, y quién sabe donde iría a parar. "La solución es que se case usted con su sobrina" le dice un abogado conocido de cacerías de sus antiguos señoritos;  "ahora con el matrimonio civil son cinco minutos, es poco más que firmar un papel; piénselo Julián, es la única manera de hacer de Socorro la heredera única de sus bienes". Y de que se quede a vivir en la casa, piensa Julián, a quien la propiedad privada le importa poco, pero a fuerza de haber vivido siempre con esa sobrina impedida, la quiere como a una hija.

    Cuando Julián llega por la tarde a casa con el cuento del abogado, tiene derecho a todos los estadios posibles del drama, la comedia y el sainete. También a todos los calificativos posibles que van del "indecente" al "ridículo", pasando por el "válgame Dios". Unos días después, dando cuenta tío y sobrina del potaje del día, ahora sí, cocinado en una cocina de gas y no en la lumbre baja, Socorro se disculpa con su tío y después de hacer una declaración de principios y de clamar alto y claro que en la vida se imaginó tener que pasar tal vergüenza, le espeta a Julián: "de acuerdo tío, le firmo el papel que usted dice; a ver si no nos ve nadie y dando gracias a Dios que mi madre no esté en vida;  y le advierto que le firmo papel, pero del resto que va con el matrimonio ya se puede ir usted olvidando". Respira Julián aliviado, y parco en palabras como siempre ha sido,  prescinde de  recordarle a la Socorrito que todo ésto es por su bien." También te digo hermana (se dice a si mismo mirando la foto de Bernarda colgada en la pared del salón)  vaya  carácter el de esta niña!"

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