martes, 6 de noviembre de 2012

Viva la muerte

    Con esta bonita frase que da título a la entrada de hoy, arengaba el General Millán Astray (un loco desquiciado)  a sus tropas de legionarios en el '36, a esos que a pesar de los años que han pasado y de lo mucho que ha cambiado la Legión y sus circunstancias se siguen llamando a sí mismos "novios de la muerte". Sin palabras.

    La muerte, esa innombrable cada vez más banalizada y menos respetada, que ha pasado de ser la palabra que enmudecía las conversaciones a ser objeto de bromas, de fiestas temáticas, trasunto cinematográfico sin fin y por desgracia protagonista de nuestra realidad sin que le hagamos mucho caso. En algunas ocasiones, la muerte ya se sabe que acecha en ciertas épocas del año detrás de una curva, en un lugar remoto del Kurdistán o en forma de bomba lapa; en otras, como el pasado fin de semana en Madrid, la muerte se lleva por delante de la manera más tonta posible a cuatro jóvenes en el principio de lo que debía ser lo mejor de sus vidas. Morir aplastado bajo una muchedumbre entontecida por el alcohol de garrafa, el humo del porro y el retumbar de la música House es una muerte bastante poco poética...si es que la cosa puede tener algo de poesía en otras circusntancias.

    La muerte no es nueva, la falta de respeto con la que la tratamos sí. Ir al cementerio el 1 de noviembre puede ser una bonita tradición y hasta un instructivo paseo por lugares cargados de historia. Organizar una fiesta para celebrar los muertos vivientes aprovechando la fecha puede acabar como ya hemos visto. Comprar buñuelos, huesos de santo y Panellets (respetemos el hecho diferencial catalán, sobre todo cuando es dulce) da de comer al pequeño comercio y nos alegra el postre, pero repartir caramelos disfrazados de espantapájaros por las puertas de las casas es una mamarrachada de importación. Para decorar una calabaza hay que ser norteamericano, para pintar calaveras y cantarles rancheras hay que haber nacido en Méjico; nosotros deberíamos contentarnos con poner flores en las tumbas, y sacarles brillo a lápidas y panteones, pero como somos unos papanatas queremos hacer las mismas cosas que en las películas...y a veces pagamos con la vida.

    La muerte en muy contadas ocasiones es un alivio y en casi todas un fastidio. Todo lo que la rodea es triste y da miedo, y quien le tiene cierto respeto no la nombra en vano. Hace unos años, un sacerdote amigo me contaba que después de haber asistido a cientos de enfermos y haberles dado a muchos de ellos  la extrema unción, se preguntaba qué tendría el más allá que nadie quería probarlo y, qué tendría la vida terrena que todo el mundo se aferraba a ella. Y eso lo cuenta un sacerdote, cuando la Iglesia Católica es una de las que a mi juicio le ha encontrado un mayor consuelo al hecho de morirse...Que a mi juicio no tiene consuelo ninguno.

    No me gustan las películas de miedo porque dan miedo, precisamente; no voy a los cementerios más que a los de ciudades donde se que no conozco a nadie; odio las calaveras, los zombis y la idea de los muertos vivientes y fantasmas; las sesiones de espiritismo me ponen los pelos de punta y los videntes, curanderos y comunicadores con el más allá me merecen la misma confianza que ponerme delante de un encierro de San Fermín. Según los entendidos, todas estas aversiones mías al asunto muerte no son más que una manera de aferrarse a la vida. Quizás yo esté equivocada pero vivir se trata de eso, o no? Buenas noches.

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