miércoles, 30 de enero de 2013

Maneras de venir al mundo

   Voy a contarles una historia un tanto personal, espero que me disculpen.  Cuando mis hijos nacieron yo no estaba allí, pero como tengo la manía de apuntarlo todo en cuadernos, agendas y libretillas varias, sé perfectamente lo que estaba haciendo, en cada uno de los dos casos. Sabía que iba a ser madre porque había opositado duramente durante años para ello (como los notarios) sabía que cuando ellos asomaran  la cabeza al mundo no sería a mí a quién verían por primera vez, y sabía que todo aquello iba a ocurrir a diecisietemil kilómetros de mi casa. La cosa me parecía excitante, rara, graciosa, inverosímil y qué se yo cuántos adjetivos calificativos más podría ponerle al asunto. Hoy esas dos criaturas que nacieron separadas de mí por un océano son casi dos adolescentes y no se separan de mi lado: la maternidad es, desde luego, un fenómeno paranormal, y a veces hasta inexplicable.

    Cuando me metí en un avión para ir a buscar la primera criatura, literalmente muerta de miedo por la que se me venía encima, iba leyendo uno de esos manuales que reparten en las clínicas a las parturientas sobre cómo hacerle frente a un bebé; mi comadre, con la inteligencia práctica que le caracteriza, insistió mucho en prestármelo y en que aprovechara las catorce horas de avión para estudiármelo, cosa que hice. Y una vez allí, con la teoría leída y subrayada y muy verde todavía en la práctica,  cuando descansaba bajo una palmera y miraba el sol a través de los ramos de dátiles, recordaba lo que otro padre adoptivo me había dicho unos meses antes mientras me enseñaba las fotos de su nueva hija y de toda la familia en bañador en una playa de la isla de San Andrés (Colombia): "decididamente, hay formas bastante peores de tener hijos"...Qué razón tenía. Y como doy por hecho que mis lectores son personas inteligentes, paso por alto el aclarar que soy madre adoptiva.

   Valga toda esta introducción para justificarlas las vueltas que le he dado a la noticia de que la señora Al-Assad está embarazada y dará a luz en marzo. Y de paso, una nota de vanidad: el 18 de marzo pasado publiqué una entrada ("dictaduras de alta costura") donde les contaba mi particular teoría sobre lo poco que duran los dictadores catetos y feos y lo que cuesta hacer caer a los que tienen cierto porte y galanura; ya vaticiné entonces que Al-Assad no caería de un día para otro y aquí lo tenemos casi un año después: sigue matando civiles, asediando ciudades, y entre un  bombardeo y otro, ha dejado embarazada a su mujer por cuarta vez.

    Bajo la metralla de Al-Assad han muerto miles de personas desde hace un año, en todo este tiempo  las mujeres sirias dan a luz en hospitales sin camas, sin anestesia y sin apenas medios para atenderlas; decenas de niños han nacido estos meses para morir poco después bajo el peso de un ejército que no discrimina en sus objetivos y cuando nazca el heredero del sanguinario, que probablemente lo hará en las mejores condiciones imaginables, su padre seguirá mandando pólvora a los hospitales y seguirá negando que su país se está desangrando en una guerra que él se empecina en negar y occidente no sabe cómo parar. Hoy sin ir más lejos, 68 cadáveres (se piensa que puede haber muchos más) descubiertos en la orilla del río de Alepo, maniatados con las manos en la espalda y muertos de un tiro en la nuca. 

    Yo perdí a mi padre poco antes de tener a mi hijo en mis brazos, una amiga me dijo que la única respuesta conocida a la muerte es la vida: Bachar Al Assad también lo sabe y lo ha puesto práctica y, decididamente, hay muchas maneras de venir al mundo...y algunas muy malas.  

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