domingo, 20 de diciembre de 2015

Extraño domingo de Adviento.

    Hoy es 20 de diciembre. En mi calendario de Facebook, el cumpleaños de Merce, a quien felicito como se merece en sus tantas primaveras y aviso que le diga a su padre y hermano que ponga doble ración de pimientos rebozados, porque ya casi estoy al caer en ese bar donde mis amigos y yo rehacemos el mundo más o menos cada cuatro meses. En el calendario gregoriano, es el cuarto domingo de Adviento, que si recuerdo bien era aquel en el que en la homilía relataban el pasaje del nacimiento de Jesicristo y la misa era más larga y todos nos quejábamos por ello. En el calendario de las horas de sol, nos acercamos peligrosamente a ese momento del año en el que se hace de noche a las cuatro y media en punto y yo me pregunto, parafraseando mi propio blog, que qué habré hecho yo para merecerlo; como nota amarga, añado que el 21 que es mañana, empieza oficialmente el invierno... Es un domingo previo a las vacaciones de Navidad, lo cual significa que mis escolares estudian como leones y eso me deja cierto margen para tocar el piano, y estirarme cuan larga voy dejando de ser en mi sofá para leer ese periódico que compro (en papel, oiga) cada domingo y que la mayoría de las veces acabo leyendo el lunes. hasta aquí todo normal.

    Pero no es un domingo cualquiera, es el que Mariano eligió, como último día posible para distraernos a los españoles de lo que deberían ser nuestras preocupaciones oficiales de estas fechas: comprar los regalos del amigo invisible, la lotería, prepararnos psicológicamente para los langostinos congelados con los que madres, suegras y cuñadas nos castigan cada año sin remisión, ver  (y criticar) el anuncio de Campofrío, celebrar una comida navideña en el trabajo que casi siempre acaba mal, reservar vuelos y tarjetas de embarque, y buscar en Internet recetas de cocina en el capítulo "como simplificar las cenas de Navidad" aunque luego no las pongamos en práctica. Pues nada, que el gobierno y su prócer a la cabeza decidieron que este año, como regalo, nos iban a quitar todas esas milongas de la cabeza y añadirnos una nueva en forma de urna electoral y de incertidumbre de quién gobernará nuestros destinos una vez que se nos haya pasado a todos la resaca y la acidez del cava, el pavo y los turrones; y las mutaciones genéticas de los langostinos congelados, que debe ser lo mínimo que provocan.
 
    Hoy, 20 de diciembre es ese día, que yo he pasado en mi casa tranquilamente, yendo a comprar el pan y mi periódico habitual; invitando a comer a la antigua cuidadora y ángel de la guarda de mis hijos durante más de diez años, a quien le he atizado un roastbeef que, por culpa de Internet y sus recetas, se ha quedado demasiado crudo.  Que por qué les cuento ésto? pues porque la noticia común a todos los periódicos digitales que he leido esta tarde  es el empeño por contarnos cómo pasaron ayer el día los candidatos a las elecciones, qué comieron y a qué se dedicaron cuando está prohibido dar discursos y hacer promesas. Para mí que el que mejor aprovechó el día fue Pablo Iglesias, que se fue a ver "Star Wars", que es el plan que me ha faltado a mí hoy porque quiero acompañar a mi hijo, que aún no puede ir porque tiene que estudiar unos dibujos endiablados con rayas para todos los lados que a mí me parecen los planos de la Estrella de la Muerte (por seguir con "Star Wars")  y él dice que son enlaces químicos. Por eso se lo cuento; a ver si yo, que me molesto en escribir cien entradas de blog cada año y amenizarles a ustedes algunos ratos no voy a poder escribir de lo mismo que los periódicos, de vez en cuando. 

    Ahora voy a preparar la cena, y me voy a pegar a la televisión como no lo hago nunca, porque resulta que este 20 de diciembre puede ser el principio de un nuevo momento histórico, o más de lo mismo. Que aunque no vamos a tener un presidente de gobierno con coleta, sí puede que lo tengamos gobernando la oposición, y que votar, hoy, como siempre por otra parte, tenía toda la razón de ser. Y que,  aunque los sacapechos oficiales de las redes sociales ya nos mareen con aquello de estar orgullosos de nuestro país y de lo demócratas que somos y lo bien que lo hacemos, a mí me resulta inaudito que a una hora del cierre de unos colegios electorales que se abrieron a las nueve de la mañana, sólo haya votado el 58'4 de la población electora (36 millones, que se dice bien). Y que de los casi dos millones de residentes ausentes, sólo el 3% hayamos conseguido que nuestro voto llegue a tiempo, si es que ha llegado, que me quedan mis dudas. Nuestra democracia aún es de baja calidad, para qué engañarnos, y lo que cabe esperar de un parlamento hecho trocitos de colores es que vuelvan el debate, el consenso, la oratoria y la necesidad de pactar. Lo contrario, ya han visto ustedes a dónde nos ha llevado.

    Con los langostinos congelados ya me ensañaré otro día, porque sino, como dirían en épocas pretéritas Tip y Coll, "hablaremos del gobierno!". Feliz noche electoral.


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