viernes, 15 de enero de 2016

Café para todos

    Ahora que los diputados ya están sentados en sus escaños, la Infanta sentada en el banquillo de los acusados, y la Generalitat tiene un nuevo President que apenas se ha sentado en el sillón del peluquero, me puedo yo sentar frente a mi máquina de escribir (ay! eso me recuerda la Olivetti portátil que una vez me trajeron los Reyes, donde habrá ido a parar...) llamada en este siglo, ordenador,  para escribir de cosas menos serias que las de los últimos días. Vamos a hablar del café. 

    El café es ese brebaje espabilante y altamente adictivo que por obra y gracia de unos avispados publicitarios, que pillaron a George Clooney en estado de gracia y le convencieron para anunciar una cafetera, se ha convertido, además en una moda y objeto de debate mediático. Resulta que donde antes se abrían restaurantes y bares de copas, ahora se abren cafeterías que nada tienen que ver con aquellas en las que merendaban nuestras tías abuelas y bares de tapas rarísimas e indescriptibles que vienen a llamarse "gastrobares" (otra pesadilla cualquiera) con los que ya me meteré otro día. Es más, ya ni siquiera sé como se llaman esos garitos donde sólo se toma café de mil y una formas y aromatizado con piña y maracuyá, porque me he enterado que quienes trabajan en ellos y sirven cafés, no se llaman camareros sino "baristas" (que debe venir de "bar" digo yo) y la cosa me resulta un tanto confusa.

    Yo me quedo con el café de toda la vida, el sólo, no muy cargado y con un terrón de azúcar, al cual tuve una época en la que me hice adicta y que si no hubiera sido porque por él y por alguna que otra circunstancia se me hizo una úlcera en el estómago, aún hoy en vez de dármelo de premio me lo tendría que quitar de la vista. El café es una droga, se lo digo yo, e  iría a contarlo a un corrillo de esos que hacen los americanos para confesar sus vicios, sino fuera porque, insisto, la úlcera me avisó a tiempo.

    Porque el café es, además, la historia de mi vida: el olor de mis despertares de niña, las noches en vela de estudiante, las tiendas de Portugal donde íbamos a comprarlo porque era (y es) infinitamente mejor que el español; el café es Italia, donde el olor se expande  por las calles, los bares de carretera, los de las estaciones de tren a las seis de la mañana, las horas en una terraza arreglando el mundo cuando éramos dulces pájaros de juventud. Es el tiempo para desayunar los domingos y la bienvenida al amigo de paso, es la charleta con la vecina los viernes y la pausa de mediodía con los colegas que, afortunadamente, muchos son también amigos; y es uno de los viajes más alucinantes que he hecho en mi vida, justamente, a la región cafetera de Colombia, una maravilla para los sentidos donde además se cultiva, sin discusión ninguna, el mejor café del mundo. Y donde aprendí que la borriquilla que cargaba los sacos de Juan Valdés (el del anuncio del Cafe de Colombia, recuerdan?) se llama "Conchita"...Tengo una en casa de peluche que se trajo mi hija de recuerdo.

    Y tengo que lamentar, como cada vez que regreso de mis vacaciones, que en España se empleen a fondo en hacer mal el café, que allí es un brebaje espeso, oscuro y requemado, que sale de unas máquinas que hacen un ruido infernal y que ya ni me atrevo a pedir por las cafeterías porque creo oir los gritos de mi estómago desde fuera pidiéndome por favor que no le castigue con tal píldora de ácido sulfúrico. Las pocas veces que no puedo resistirme lo acabo pidiendo con leche para pasar el amargor. No entiendo cómo después de tantos años de meternos con los portugueses y con sus cosas no se nos ha pegado un poquito de su arte cafetero, que está a años luz del nuestro. Ya veo a toda una banda de mis lectores afilando los cuchillos, especialmente esa franja que me dice que "como en España no se vive en ningún sitio"...Vivir puede, pero el café, mejor tomarlo en otros países. Aparte de nuestros vecinos, los italianos y los austriacos podrían dar unas cuantas lecciones a todos esos "baristas" de franquicia que repueblan las calles y los locales comerciales de la España que sale de la crisis y abre tiendas. Ni por esas...Y como me he extendido, ya ni me queda espacio para hablar de la pesadilla asociada al mal café que es la dichosa maquinita de George Clooney, que si no fuera porque la anuncia él me pregunto cuando la inventaron si habría salido adelante, visto el precio, el precio de las capsulitas y lo que contaminan. Ese capítulo lo dejamos para otro día, de acuerdo? Y disfruten mañana por la mañana de su café del sábado, sin prisa, sin recalentar y a ser posible con buena compañía.

   Les dejo con un clásico del tema cafetero, cantado y tocado por unos colombianos que acabo de descubrir.  Ello sí que saben.


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