domingo, 10 de enero de 2016

Grandes problemas, pequeñas solucciones

    Otro de mis descubrimientos no tan recientes ha sido el blog de un señor llamado Víctor Lapuente. Y quién es él? pues un profesor de la Universidad de Goteborg en Suecia y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Oxford; tiene 39 años y es aragonés de nacimiento. Su trayectoria vital podría ser la mía (aunque la suya con mayor excelencia académica) y la de muchos españoles brillantes de su generación que andan por el mundo desplegando el talento que adquierieron en España gracias a que las universidades públicas funcionaban (en pretérito imperfecto) como debían. Acaba de publicar un libro titulado "El retorno de los chamanes" (editado por Galaxia) donde habla de la política de nuestro tiempo y de las formas, a veces peculiares de gobernar un país. Yo sigo su blog (www.victorlapuente.wordpress.com) porque analiza España desde fuera de España, que es algo que yo misma hago y tanto me reprochan, qué se le va a hacer. 

    Me parece muy interesante su posición y análisis sobre la corrupción, que es la primera preocupación de los españoles en las encuestas y ha sido prácticamente el monotema de la pasada campaña electoral. Lapuente afirma que nos equivocamos en el diagnóstico, porque en el fondo, España no es un país mucho más corrupto que los que le rodean. En España, la corrupción existe, claro que sí, pero no es sistémica, no actúa en todos y cada uno de los actos cotidianos de la ciudadanía. Quieren ejemplos?  Los españoles acuden a la seguridad social y no pagan a ningún médico para conseguir ser operados con más rapidez, como si ocurre en Grecia. Las multas de tráfico se suelen pagar, cual no es el caso de Italia ni de Portugal y las inspecciones de la Agencia Tributaria son serias y aún producen temblores en quienes las sufren: en Grecia o Rumanía se amañan las inspecciones con los inspeccionados. Los niños españoles tienen acceso a una educación pública razonablemente buena sin tener que pagar sumas desorbitadas por acceder a mejores colegios (como en Gran Bretaña) o hacer trampas sobre su lugar de residencia para escapar de ciertas escuelas mediocres (como en Francia). Los funcionarios públicos desempeñan su trabajo casi con dedicación exclusiva y sin eludir impuestos como hacen los funcionarios griegos y buena parte de los de los antiguos países del Este.

    A pesar de ello, el 95% de los españoles encuestados aseguran que la corrupción es enorme y está por todas partes; cuando si se analiza friamente el fenómeno nos damos cuenta que la corrupción afecta principalmente a los partidos políticos y su sistema de financiación y a los ayuntamientos y sus relaciones con constructoras, empresas turísticas y contratas públicas. Como hemos exagerado el problema sin buscar su raiz, ahora todos proponemos solucciones igualmente exageradas, ya vengan de la derecha o la izquierda;  porque para acabar con la corrupción municipal no hay que suprimir los ayuntamientos sino sacar de ellos a quienes se lucran indebidamente. Como tampoco es necesario privatizar los servicios públicos para terminar con las licitaciones fraudulentas, sino establecer sanciones durísimas contra quienes, desde dentro utilizan el sistema en beneficio propio. 

    Los errores de apreciación de la realidad han dado siempre muy mal resultado a través de la historia. Donald Trump o Marine Le Pen existen casi por la misma confluencia de motivos que existieron Hitler o Mussolini. El populismo, ya sea de derecha o de izquierda, siempre quiere arrasar con el sistema vigente (democrático casi siempre) para aplicar solucciones radicales y desproporcionadas a problemas que no lo son. Quizás porque el problema, en el fondo, no era tan gordo, y la solucción poco convincente,  quienes deberían haber sido castigados en las pasadas elecciones no lo fueron tanto...

    Qué hacer? De entrada enseñemos a nuestros hijos que no hay que copiar en los exámenes, ni colarse en las colas, ni piratear películas ni videojuegos. Que no hay que aparcarse en las plazas de  aparcamientos para minusválidos ni procurarse una falsa autorización para ello. Que no se comprar coches trucados ni balones cosidos por los niños del Tercer Mundo. Ya, ya sé que es duro y sé de lo que hablo porque, servidora, es ver una cola en el cine y el primer impulso es intentar saltármela. Ser inasequibles ante la corrupción en más duro que resistir a los pecados de la carne, no comer chocolate y no ver la nueva temporada de "Cuéntame";  pero como solucción, me parece menos costosa que sufrir el gobierno de un desaprensivo racista o de unos fanáticos religiosos.

    Muy a mi pesar, me veo votando de nuevo dentro de tres meses, así que probemos a dejar de votar a quienes presentan corruptos en sus listas, e incluso a quienes los excusan y los cobijan. Quizás así nos libremos de la versión española de  Donald Trump o de la niña Le Pen, que es lo último que necesitamos. Para aquellos que no estén al tanto, les diré que el Mesías ya llegó una vez y que tampoco dio tan buen resultado...

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