jueves, 21 de enero de 2016

No os lo perdonaré jamás

    Que me estoy haciendo mayor no hace falta que lo declare públicamente, y por si de vez en cuando se me olvida, hay unas cuantas cosas y personas a mi alrededor que me lo recuerdan. 

    Hace pocos días, una amiga mía se quejaba en la plaza pública (esto es, en su muro de Facebook) de tener que llevar gafas ya pasada la quinta decena. Yo no sólo las llevo desde mis tiernos y lejanísimos quince años, sino que además esas gafas se han multiplicado por seis o siete pares que distribuyo hábilmente por mis espacios vitales porque como hay que añadir una dioptría cada año, las antiguas aún pueden seguir prestándome algún servicio. Dioptrías que se añaden cada vez a mayor velocidad porque, evidentemente, me estoy haciendo mayor. 

   Que me hago mayor me lo recuerda mi espalda cada mañana cuando pasa de reposar sobre mi colchón y comienza su andadura de "homo erectus" para el resto de la jornada; me lo recuerdan mis canas, contra las que peleo sin cuartel y con la ayuda de un tinte que también es cada vez más frecuente, para regocijo de mi peluquero. Me lo recuerdan los pantalones que se me quedan estrechos a pesar de que aún soy capaz de correr diez kilómetros en poco más de una hora, que ya sé que no es precisamente una marca de triatleta pero ya me gustaría a mí ver a más de uno en las mismas, ya. Y de paso me pregunto: si a mí con todas las calorías que quemo y gasto a golpe de zapatilla no me entran los pantalones,  que les ocurre a los demás? Como dirían mis adolescentes: ahí lo dejo...

   Me estoy haciendo mayor y si me distraigo y pienso momentáneamente que eso no me va a ocurrir, de repente salen en la televisión imágenes del "Un, dos, tres" o de Gaby Fofó y Miliki y se me encoge el estómago; o se celebran los veinte años de la caída del muro de Berlín y pienso que yo fui para allá seis días después y no me hago a la idea de que veinte años, como dice la canción, no son nada. Me hago mayor cuando repaso las efemérides de los cuarenta años de existencia del País, o cuando recuerdo el día en que me metí en el cine a ver "Que he hecho yo para merecer ésto", mi primer Almodóvar que tan rumbosamente le da título a este blog. 

    Me hacen mayor mis hijos, que probablemente piensan que soy incluso algo más allá que una señora mayor (una vieja, vaya) los hijos de mis amigos que son ya hombres y mujeres hechos y derechos, el carnet de identidad que renuevo y voy ya por el cuarto o quinto modelo diferente; me hacen mayor las series de televisión que no me da tiempo a ver, los raperos que no entiendo y los Youtubers que secretamente desdeño. Me hacen mayor los móviles que no sé usar, las televisiones que no sé encender y las lavadoras que se pueden programar, a saber para qué. Y voy a para porque la lista es de no acabar. 

   Y a todas esas cosas, e incluso a todas esas personas les perdono el que me hayan convertido en una señora mayor, algo que iba a ocurrir y para lo que me estaba preparando. Para lo que no estaba preparada era para que un grupo de jóvenes (y sobradamente preparados) políticos que se han echado al ruedo del Parlamento después de haberse echado al ruedo de acampar por las calles digan algunas cosas coherentes mezcladas la mayoría con salidas de pata de banco más que considerables y proyectos que ellos mismos saben que no podrán ser. No estaba preparada para reconocer que mi tiempo y las cosas en las que creía sean obsoletas y pasadas de moda, mis ideas trituradas por "la centralidad de los tableros políticos" (lo que oyen) y la izquierda y la derecha sobrepasadas por unas mareas y confluencias (antes se llamaban partidos) con títulos inverosímiles que acuden a la casa de todos, que no es la iglesia sino el parlamento vestidos de lagarteranas y al ritmo de "Paquito chocolatero", lástima que no tengo el vídeo para ponérselo. No estaba preparada para hacerme electoralmente mayor y eso, Pablo, Errejón, Carolina, Albert y Colau y demás compañeros, eso no os lo perdonaré jamás, habéis oído? jamás.



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