jueves, 17 de marzo de 2016

Tu quoque, Lula?

    Hubo un tiempo en España, a principios de este siglo XXI, en el que todo el mundo pensaba ser rico y se compraba un piso o dos, los revendían con pingües beneficios, veraneaban e invertían en activos tóxicos mientras el gobierno crecido de un señor de bigote, bajito y cabreado, se dedicaba a declarar urbanizable todo el suelo patrio, animaba a los escolares a dejar de serlo para ganar pasta poniendo ladrillos y nos llevaba a una guerra en la que no se nos había perdido nada. En aquellos años, cada vez que visitaba mi país, me sentía màs extranjera que nunca y tentada de tirar mi pasaporte a la basura.
    En aquellos mismos ańos, mis amigos solteros y varios conocidos visitaron  Brasil, un país donde pensábamos que solo era posible jugar al fútbol o bailar la samba y resulta que también  era posible sacar de la pobreza a miles de personas, arrasar las favelas o incluso convertirlas en poblados decentes;  arrebatarle  a Madrid la organización de los Juegos Olímpicos y crecer económicamente como nunca en su historia gracias al petroleo, la soja y otras materias primas. Y lo mejor, el artífice de todo esto era un señor con pinta de bruto y una literatura muy justa, que había hecho toda su carrera política como sindicalista,  que había sido perseguido y encarcelado durante varios ańos y que metía al Brasil en un nuevo milenio donde se iba a convertir en una potencia emergente. Lamentablemente, todo ésto expresado en pretérito imperfecto, porque quince años después, el Brasil que a mí me parecía el país soñado, donde las playas eran infinitas, la Amazonia se podía tocar con las manos,  la música sonaba en cada esquina, los pobres podían aspirar a ser algo menos pobres y la gente estaba de buen humor, ha resultado ser un fiasco al cual el ínclito Lula ha contribuido como cualquiera.
    Y como lo peor siempre es posible y está por llegar, Lula ha resultado ser objetivo de unos jueces que tienen sospechas fundadas de que usó su presidencia para modernizar el país y de paso, modernizar su bolsillo. Y aún peor todavía, después de haber sido arrestado, su amiga la presidenta le ha nombrado ministro, para que eso tan desagradable de declarar a la policía judicial, y contar de dónde vienen ciertos dineros y a cambio de qué favores, no vuelva a ocurrirle al menos en los próximos dos o tres años. Y eso que, según las lenguas viperinas brasileñas, ambos no se soportan, lo que me hace pensar que la oronda Dilma tapa las miserias de Lula antes de que se descubran las suyas propias. Ya ven ustedes, cada país tiene su Rita Barberá, acompañada de su padrino o madrina correspondiente. Entre el "te mando el nombramiento por si tienes que usarlo"  y el "sé fuerte, Luis"  no veo yo grandes diferencias.
    Francamente, hubiera preferido que acusaran a Lula de algo más original: tener una empleada ilegal en su casa, ser ludópata, robar en un Corte Inglés o algo parecido; pero ser acusado de corrupción y encima, usar el aforamiento político para evitarlo, me parece una película conocida y con poca gracia. Si el hombre que pasó de ser obrero de fàbrica a gobernar el destino de doscientos millones de personas y darles cierta esperanza, cae en los mismos vicios que quienes en su mediocridad intelectual se han servido del cargo público para enriquecerse, entonces qué nos queda?  Vamos a tener que desear que sólo los millonarios se dediquen a la política para que no haya peligro de que se corrompan? El ejemplo màs a mano por el momento es Donald Trump...No sé si me entienden.
    Y como hablaba con un colega esta mañana mientras tomàbamos un café apresurado: a este paso, vamos a tener que acabar creyendo en Dios o en la Virgen...Los que lo hacen no se llevan estos chascos  que nos llevamos los demás. 

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