martes, 15 de noviembre de 2016

Hijos de de la misma luna

    En el metro de la ciudad donde vivo ponen a Mecano por megafonía uno de cada dos días. La conclusión lógica es que el que programa la música es español y tiene màs o menos mi edad; y la conclusión subsidiaria es que las canciones de Mecano, que tanto me gustaron en otro tiempo, han envejecido requetemal, y que espero que mi propio envejecimiento haya sido un poquito mejor que el de "Hijo de la luna" y demás tonadillas de los hermanos Cano. Pongo este ejemplo porque con la excusa de la luna sobredimensionada, la cancioncita sonaba en el metro como suena "Paquito Chocolatero" en las verbenas de pueblo: en contínuo y a toda pastilla.  

    La enorme luna es la que yo no he visto, a pesar de escudriñar el cielo con saña, y de haber estado ayer en dos países diferentes. El cielo es el mismo, ya lo sé, pero donde yo vivo el cielo está casi perfectamente alicatado de nubes, y me quedaba la vaga esperanza de encontrar un cielo más despejado en Suecia, que es donde estoy; además de las dos horas de vuelo nocturno en las cuales casi acabo con tortícolis a cuenta de mirar por la ventana, pero mi gozo, en un pozo escandinavo: mientras por las redes sociales me llegaban unas fotos de la luna saliendo por la Alhambra o por cualquier playa no tan exótica,  mi luna era apenas una mancha reflejada en unas nubes obstinadas que no sólo no desaparecieron sino que descargaron una nevada con la que he desayunado esta mañana.

    Aunque el cielo sea el mismo y la luna también, el concepto de nevada parece ser que no. Hoy en Estocolmo las calles tienen al menos treinta centímetros de nieve, las màquinas estaban trabajando a destajo desde las seis de la mañana (lo sé porque me han despertado)  mis zapatos están para el arrastre y cuando he emitido mi correspondiente queja al aire ante los suecos que me rodean  porque la previsión metereológica no hablaba de ello, me han respondido que ésto no es una nevada... Yo entre lo que veo por la ventana en estos momentos y el paisaje de Siberia no encuentro grandes diferencias, la verdad. Así que todo es relativo, la nevada, la hora de irse a dormir (que aquí con la poca luz que tienen debe  ser las cinco de la tarde) y por supuesto, la luna y cómo se nos aparece.

    Y ya no se aparecerá otra igual hasta el 2034, y para entonces pocos se acordarán de Mecano y menos aún de su canción; yo tendré una venerable edad y esperemos que siga acordándome de mí misma, razón por la cual hago crucigramas, hablo varios idiomas y toco el piano, que parece que las tres son actividades que retrasan la demencia senil. Si a mi no me alcanzara para ver esa otra luna, ya que ésta me la he perdido, espero que mis hijos la contemplen alumbrando a un planeta de gentes razonables, o al menos amables y no exaltadas; una luna creciente en paz y prosperidad y menguante en pobreza y extremismo. Una luna para todos y todos para una. Y para canciones sobre la luna, ésta de mi ídolo Sinatra, por el que han pasado muchos años màs que por los de Mecano, pero que, a diferencia de éstos últimos, no suena a hilo musical barato.


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