miércoles, 14 de diciembre de 2011

Esperando al hada madrina

    A mi edad está claro que ya no debo esperar nada de los Reyes Magos, ni de Papá Noel ni de ninguno de los de su gremio. Ni siquiera espero que me toque la lotería, para empezar porque no juego, ni compro cupones de la ONCE, ni hago primitivas ni llamo a los concursos de la tele ni me inscribo en los de Internet. Para sosa,  yo. Tengo la convicción de que cuando la suerte consiste en estar viva y tener buena salud, un trabajo y unos cuantos seres queridos también con buena salud,  uno no debe tentar demasiado las otras suertes. Nunca he creído en los juegos de azar, ni jamás me ha tocado nada en una rifa; mi agnosticismo en este aspecto se extiende  a las monedas arrojadas a las fuentes, los deseos pedidos al apagar las velas del cumpleaños o al terminar las doce uvas y las novenas piadosas. Esas cosas les funcionan siempre a los demás, a mí sólo me ha funcionado en la vida el ser perseverante, que poco tiene que ver con la suerte, o si hacemos una trasposición de la famosa frase de Picasso sobre las musas, si viene la suerte, que me pille trabajando.

    Pero como soñar es gratis y a eso siempre me apunto, de vez en cuando para coger el sueño a las tantas, que son mis horas, me da por pensar: y si se me apareciera el hada madrina?  Porque en el fondo, a mí me gustaría ser fervorosa creyente de los Reyes Magos como lo son los niños, y puestos a creer, el formato hada madrina en su versión "Cenicienta" de Walt Disney me parece un personaje simpático.



    Y si algún día se aparece la bienaventurada, no le voy a pedir ser más alta, ni más joven, ni rubia de ojos azules, ni siquiera rica hasta decir basta: le voy a pedir ser una persona zen, porque evidentemente no lo soy ni lo seré nunca si de mí depende. 

    Me gustaría ser una persona capaz de quedarme un par de horas meditando sobre la insoportable levedad del ser, perderme por una carretera de montaña y no pensar en encontrar la salida sino en disfrutar del paisaje, leer revistas de jardinería o de nutrición, o dedicar cuatro horas por semana a hacer Tai-Chi. Me gustaría que la música New Age de las salas de espera no me provocara instintos asesinos, que los atascos de tráfico me sirvieran para reflexionar y que las colas de los supermercados no me subieran la presión arterial. Me gustaría poder ser un junco al que zarandearan los acontecimientos sin querer arreglarlos todos, ver un cuadro torcido en la pared y resistirme a enderezarlo, soportar impasible la mala educación o el incivismo sin que me hierva la sangre. 

Quisiera confiar en la enorme bondad del ser humano y no en su enorme estupidez, ser capaz de dejar el coche abierto y con las llaves puestas, y no preocuparme jamás de sacar la basura el día que toca o de que los niños hagan los deberes diciéndome que confío plenamente en ellos y en su madurez, que es lo que dicen los padres dimitidos, para qué engañarnos.   Quisiera algún año comprarme una flor de pascua por Navidad para contemplarla y que no se me muera a los dos días porque olvidé  regarla, tirar la agenda a la basura y creerme aquello de que para ocuparte de quienes te rodean primero te tienes que ocupar de tí misma.

    Me parece que si el hada madrina lee estas líneas, buscará sin dudarlo algún objetivo más asequible para su cuenta de resultados que convertirme a mí en una persona zen, tarea para la cual puede que haga falta algo más contundente que una varita mágica...

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