lunes, 12 de diciembre de 2011

Más cornadas da el hambre

    O eso era lo que decían los toreros de la España hambrienta de la posguerra, todos aquellos Manoletes y Antoñetes que se lanzaron a los ruedos en busca de una oportunidad que les sacara de la miseria y les permitiera comprarse una finca y un mercedes. En los años de la escasez, el Régimen se inventó aquello de "siente un pobre a su mesa" y aunque a mí no me consta que muchos pobres fueran recibidos en las casas ducales, al menos la frasecita le sirvió a Berlanga de argumento para una de sus obras maestras como fue "Plácido" (1961): véanla de nuevo, porque es una joya cinematográfica, y porque no tienen desperdicio las andanzas de un pobre hombre repartidor con su motocarro, intentando colocar una cesta de Navidad y juntar las pesetas que le falta para pagar la letra del motocarro y si queda algo, cenar en Nochebuena.

   El hambre,  que nos parece una sensación prehistórica, nos ha acompañado como argumento desde nuestra infancia:  cuando de pequeños le hacíamos ascos al potaje de vigilia  nuestras madres nos recordaban que en ese momento millones de chinos se morían de inanición (quién ha visto a los chinos ahora...) y si la abuela de turno tomaba el relevo detrás de nuestras madres, aprovechaba la coyuntura para recordarnos que ella pasó toda la guerra y parte de lo que vino después a dieta de caldo de gallina y pan negro. La misma cesta de Navidad tenía todo su significado en los tiempos de la austeridad forzosa, cuando el cordero, el jamón, el besugo y el cava eran productos que se consumían sólo una vez al año, cuando el turrón sólo se encontraba en las tiendas a partir de noviembre y cuando el protagonista de nuestros tebeos era un mendigo que se llamaba Carpanta y que soñaba con jamones que colgaban del cielo. 

    Si los humanos hubiéramos evolucionado como es debido, a estas alturas de casi el 2012 deberíamos hablar del hambre en pretérito pluscuamperfecto, pero resulta que no. Dense un paseíto por las estadísticas en tiempo real que produce una interesantísma página web llamada www. worldmeters.com y vean cifras como las de ayer: 915 millones de seres humanos que padecen de desnutrición, de los cuales mueren cada día unos 23000; y a su lado 1550 millones de seres humanos con sobrepeso, de los cuales 516 millones son declaradamente obesos. Lo escalofriante es que al ser cifras en tiempo real, el contador corre según las contempla uno, y la de los muertos por hambre aumenta cada medio minuto más o menos...

   Ahora que se va acercando la fecha en la que a todos se nos carga el hígado o nos da un ataque de acidez gracias, no a la Navidad sino a su temible fase previa  de cenas y comidas de amigos, empresa, equipo de fútbol o tertulia del bar, reflexionemos un poquito sobre las cifras anteriores. No se me asusten, no les voy a pedir que dejen de tomarse su chuletón de Avila por acordarse del Africa Subsahariana, no. Ustedes tómense su chuletón en paz y de paso,  saquemos adelante un plan bastante poco costoso a la vez que útil  para todos, los hambrientos y los muy saciados. 

   Y como soy de naturaleza machacona vuelvo a la carga con el amigo invisible: véase mi entrada "Las muñecas de Famosa se dirigen al portal" del 23 de noviembre. Visto que no nos libraremos de ello, porque todos tenemos siempre algún pariente o amigo  a quén la idea le parece divertida, pongámosles a prueba: esta Navidad regalemos a nuestros amigos invisibles un donativo en sus nombres destinado a cualquier ONG que se ocupe de la lucha contra el hambre; sugerencias: www.accioncontraelhambre.org, www.plan-international.org, www.caritas.org. Si el receptor del regalo se ofende,  será invisible, pero quizás no tan amigo. Si en todas las reuniones pre-navideñas pusiéramos en marcha esta práctica, acabaríamos con la plaga de velas, perfumadores, pañuelitos y corbatas que van a parar a las basuras y estoy segura que juntaríamos un buen pico que ayudaría a paliar el hambre en algún rincón del planeta, que con los tiempos que atravesamos puede ser incluso a la vuelta de la esquina. 

    Si después de Reyes este año sus parientes, amigos y colegas del trabajo ya no les dirigen la palabra, entonaré el "mea culpa" o mejor, entonaremos, porque no puedo despedirme sin hacer saber al mundo bloguero que esta idea, que la verdad considero bastante brillante, no es mía sino de mi santo esposo. Dicho queda. Buenas noches.

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