domingo, 11 de marzo de 2012

Esos locos bajitos

    Así llamaba el gran Gila a los niños, y así lo recogió el no menos grande Serrat en una canción. Y así pensamos nosotros que se nos van  a quedar eternamente los herederos,  pero la gracia es que crecen y sale a la luz en muchos casos el monstruo que habita en ellos. Viene a cuento esta reflexión porque el pasado fin de semana "El mundo" dedicaba varias páginas especiales al acoso escolar, esa plaga que tendemos a banalizar como hacemos con la violencia de género, y que situamos siempre en barrios periféricos llenos de familias en paro y de emigrantes, cuando sabemos que con los acosadores ocurre como con los maltratadores, que no conocen clase social, ni frontera geográfica, ni hacen diferencia entre la escuela de barrio o el centro bilingüe de a millón la matrícula. 

    Como yo siempre he sido un ratón de biblioteca y ahora Google me lo pone fácil, me ha dado por consultar las cifras del acoso escolar en varios países supuestamente civilizados, y compruebo con pena que tenemos en España el dudoso honor de llevarnos la medalla de plata en las olimpiadas de acosadores,siendo la de oro es para los ingleses. Y como yo soy española y madre de unos niños que van a una escuela más o menos española (donde también hay niños ingleses) el dato estadístico me produce un cierto escalofrío, para qué negarlo.    Y por qué razón seremos los españoles más acosadores? Y si no lo éramos antes por que sí lo somos ahora? No soy psicóloga ni pedagoga, no soy mas que una madre de familia, lectora ávida de mucha prensa y observadora de la realidad; y con estos mimbres he armado el cesto de mi teoría, que pueden ustedes compartir o no. 

   Para mí que el problema tiene en buena parte una vertiente demográfica y me explico. En España las familias solían tener cinco o seis hijos y en ese tropel, facilmente había siempre una oveja negra, cuando no dos. Nuestros padres se resignaban a que algún hijo entre tantos les saliera rana, y a éste lo castigaban y metían en vereda como podían; y si no podían, procuraban que no contagiara a los demás, a los que se les aplicaba la ley marcial si cabe por partida doble. Y cuando la prole era reducida y brillaba por su ausencia el garbanzo negro, se practicaba la mano dura por igual no fuera a ser que encima de pocos alguno se torciera. 

    Ahora tenemos un hijo o como mucho dos. Intentamos criarlos llenándolos de valores: la democracia, la tolerancia, el respeto, la libertad, la solidaridad. Pensamos que se puede dialogar con ellos todo lo que nuestros padres no dialogaron con nosotros, y así nuestras casas se han convertido en una Suiza permanente donde hasta el postre se somete a referéndum. Los que pueden (e incluso a veces los que no pueden) no se paran en jarras a la ahora de darles lo mejor: la mejor alimentación, los mejores médicos, los mejores colegios. Queremos que toquen el piano como Barenboim, que bailen como la Paulova (o eso se pretende) queremos que salgan bilingües de unos colegios donde los profesores son de Navalcarnero, que todos vayan a Oxford y que todos sean consejeros de un banco.   Salen de noche a una edad a la que nosotros apenas salíamos a por el pan, tienen teléfonos móviles de prestaciones inimaginables y por supuesto mejores que los nuestros y van al colegio vestidos como mamarrachos pero con zapatillos a precio de mocasines italianos y sudaderas de Abercrombie que cuestan lo que un mes de luz y agua. 

    Les hemos educado con respeto, lo que implica un cierto grado de consentimiento y pocas veces el llevarles la contraria. Nos parece que, con todo ello, hemos criado una generación de criaturas excepcionales que no nos pueden fallar y claro, cuando fallan el batacazo es para nosotros. Y nos fallan porque incluso esos locos bajitos convertidos en adolescentes primorosos, arreglan sus diferencias a puñetazos, de vez en cuando recurren al insulto racista (y el fútbol tiene mucha culpa de ello) o se dedican a mandar correos electrónicos insultantes a la víctima elegida generalmente en compañía de sus cuates, tan faltones y groseros como sólo una banda de adolescentes desaforados puede serlo. No nos entra en la cabeza que nuestro adorable querubín pueda ser un energúmeno como los demás...Y vaya que si pueden!

    Todo nuestro esfuerzo educativo concentrado en un sólo ser humano se va al garete porque se nos olvidó un detalle: decir que no frecuentemente, recordarle al muchacho que no es maravilloso ni divino, sino un niño,y como tal, sometido a la autoridad de los mayores. Nuestros excepcionales y maravillosos hijos, esos locos bajitos que hemos criado en democracia y en abundancia pueden ser tan majaderos como pensamos que son los hijos de los demás...y no están los tiempos ni los relojes biológicos como para tener media docena de hijos para remediarlo, así que, apliquémonos y repartamos cordura y disciplina  con el que tenemos! Feliz semana. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario