lunes, 5 de marzo de 2012

Nombres propios y nombres inapropiados.

    Les aseguro que llamarse María de la Concepción y vivir en el extranjero no es fácil. Hay que explicar que Concepción forma parte del nombre y que no es el primer apellido, que el María no se puede suprimir aunque en algunos documentos oficiales españoles lo pongan abreviado; y después hay que ponerse a explicar que Concepción y Concha es lo mismo, aunque lo segundo no tenga valor legal. Llegados a este punto de la conversación, es cuando a una le preguntan aquello de "- pero "Concha" es como la concha del mejillón, de la almeja, etc.?" y si además hay algún chileno o argentino en la audiencia, hay que esperarse el consabido chistecito, porque para ellos "concha" tiene un significado bastante alejado de la almeja y de cualquier otro molusco de la mar oceana. Y hace sólo un año, comprando café en una tienda de Bogotá, a la dependienta le dió la risa floja al oir mi nombre porque "Conchita" es la burra que acarrea el café de Juan Valdés, el del anuncio, se acuerdan? 

   Ya les digo, cada uno va con una losa a cuestas caminando por la vida, la mía es mi propio nombre de pila. La verdad es que para vivir más alla de los Pirineos, encuentro bastante más práctico llamarse Wendy, Bárbara o simplemente María, pero ninguna de esos tres era el nombre de mi madre y ni el de mi abuela, así que con Concepción tengo que cargar. Por cierto, les reto a que busquen por España alguna Concha o incluso Conchita que tenga menos de 35 años, a ver si la encuentran...

   Intuyo que, sin embargo, mi losa es pequeña comparada con la que van a tener que acarrear algunos el día de mañana gracias a los caprichos de sus progenitores. En el caso español, la democracia nos liberó del peso del "María" por obligación delante de cualquier nombre, liberó a las Lolas de llamarse Dolores (que para explicarlo fuera de España también debe ser la monda) y aligeró la presencia nominal de todas las Vírgenes del santoral en las familias; pero también abrió la puerta a muchos desmanes que espero que en los registros civiles se hayan preocupado de limitar y corregir. Y claro está que fuera de España existen nombres y excesos ridículos. Me cuenta un amigo que el reino de la extravagancia en este campo es la República Dominicana, donde él conoció hace años a un señor que se llamaba "Paracetamol"!

    Valga toda esta introducción para llegar al planteamiento del día: ya no basta con poder llamarse como uno quiera sino que, además, hay que cambiar el nombre original en una letra o dos para que la cosa sea, si cabe, aún más original. Y de ahí viene la proliferación de Monikas (por Mónica) o Helena por Elena, por ejemplo. Arantxa por Arancha cuando no se tiene una sola gota de sangre vasca (la tenista se hace llamar así, otra causa más para litigar con sus padres?). Surgen las Daniellas (que no Danielas) en Móstoles y los Raimon (en vez de Ramón) en Huelva, y de éste último doy fe porque lo he oído. Nuestra futura reina se llamará Letizia con "z" porque dice su biografía oficial que el funcionario del registro civil de Oviedo que la inscribió era italiano y cometió tal error...con una hermana que se llama Thelma (con "th") no me convence demasiado la explicación.

    Comprendo que el vasco quiera llamarse y hacerse llamar Xabier por Javier, y que el catalán exija el Joan en el lugar de Juan, pero no comprendo al castellano de Ciudad Real  casado con una de Guadalajara,   que deciden que su retoño en vez de llamarse José como él mismo, pase a llamarse "Josh", que es casi lo mismo pero no igual, y que va a obligar a la pobre criatura a pasarse la vida dando explicaciones. 

   Se acuerdan de aquel chiste tan viejo y tan tonto en el que el indio niño le preguntaba a su padre por qué sus hermanos se llamaban "Flor del desierto" o "Halcón invencible", y que el padre, Gran Jefe indio le contestaba diciendo: -"vamos a ver "Goma Rota"...Quién sabe si de aquí a unos años no acabaremos así...

No hay comentarios:

Publicar un comentario